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miércoles, 27 de enero de 2016

Su raíz llega a las antípodas

Una decena de historiadores sostienen desde hace 230 años la conquista ibérica de Nueva Zelanda. Un árbol de A Coruña es el eslabón perdido
Silvia R. Pontevedra / El País, 22 ENE 2016
Puede que tenga 500 años o que no pase de los 100. Preso en el patio de la comisaría de la Policía Local de A Coruña crece inmenso e impasible entre tanto suceso un metrosidero que hunde sus raíces hasta Nueva Zelanda. El árbol de las brujas, árbol de hierro o “venerable pohutukawa” (como se le llama en el país del que es originario) más grande y anciano que existe es Te Araroa, que levanta del suelo 20 metros en la punta más al este de la isla del Norte. El de la policía coruñesa alcanza los 18. Pero en envergadura se parece bastante al abuelo de los metrosideros: su tronco tiene una circunferencia de 8,3 metros, y su copa mide 23,6 por 23,1.
El pohutukawa gallego podría ser el eslabón perdido de la historia de Nueva Zelanda. La pieza clave que respaldaría la teoría incómoda que alimentaron desde hace casi 230 años una decena de historiadores. Una patada a los libros de texto que estudian los niños del país y que sostiene que fueron conquistadores ibéricos quienes descubrieron las islas aunque no les dieran valor ni les hicieran mucho caso, porque su objetivo era llegar a otras tierras más generosas en especias.
La historia oficial cuenta que fueron el holandés Tasman (1642) y luego el inglés Cook (1769) los primeros en arribar. Pero hay vestigios que empujan a algunos estudiosos a defender que los portugueses o los españoles los visitaron mucho antes, en diversas expediciones entre 1521 y 1578. Si el metrosidero de A Coruña, como aseguran algunos de sus orgullosos convecinos, tiene más años que aquel viaje de Abel Tasman, quedaría probado que alguien que pisó Nueva Zelanda cuando nadie sabía de ella desembarcó luego en Galicia.
El problema es que, para desentrañar el enigma, habría que someter al árbol a una dendrocronología que, pese a que hubo varios intentos de neozelandeses en la última década, no se ha podido hacer. Primero, el Ayuntamiento de A Coruña se opuso por miedo a dañar el metrosidero, y más adelante, cuando el siguiente alcalde aceptó, faltaba el permiso de la Xunta de Galicia, imprescindible porque este pohutukawa está protegido por el catálogo de árboles singulares de la comunidad.
Hay otras muchas pistas que conducen a la llamada “teoría ibérica”. Un topónimo, Aranga, que se repite aquí y allá; un casco de soldado español; pecios lusos sumergidos en las proximidades, historias populares y ciertos rasgos físicos entre los maoríes que podrían haber llegado con la tripulación de alguna carabela. Por haber, hay hasta una primitiva patata conocida como peruperu, y algunos investigadores como el botánico Warwick Harris —descubridor para Nueva Zelanda del viejo metrosidero coruñés— comentan que quizás se deba a que los españoles, “tras alcanzar Perú y Chile, se tropezaran con las islas camino de Filipinas”.
El último libro sobre la materia es Conquistador Puzzle Trail, recién editado en inglés por Winston Cowie, neozelandés afincado en Abu Dhabi como abogado y asesor científico de la Agencia de Medioambiente. Cowie fue el último que en 2013 se presentó en A Coruña con un equipo de dendrocronólogos para datar el metrosidero. Traía un permiso municipal obtenido a través de la embajada, pero al llegar a Galicia se encontró con que era insuficiente para trepanar el durísimo tronco del árbol de hierro.
En su libro reúne las piezas del rompecabezas histórico, incluso la que menos credibilidad tiene para algunos: el mapa del Museo Naval de Madrid donde aparece una línea que recala en tres cabos de la isla del Norte y que representa el viaje de Juan Fernández en 1574. El plano está basado en un libro de 1918 del historiador chileno José Toribio Medina. Pero la mayoría de los partidarios de la teoría ibérica hablan de fechas aún más tempranas: unos dicen que los portugueses descubrieron Australia y Nueva Zelanda entre 1521 y 1524; otros, que fueron los españoles en 1527 a bordo de la carabela “desaparecida” San Lesmes, que formaba parte de la calamitosa expedición Loaísa.
El descomunal árbol de flores rojas y larga melena de raíces aéreas también pudo llegar a A Coruña más tarde en un barco inglés, cuando en el solar de la comisaría había una fábrica de jabón. Cowie no ha logrado ponerle fecha de momento, pero al menos consiguió colgarle un amuleto defensivo de jaspe (el oro de los maoríes) del escultor Kerry Strongman con el que ningún otro ejemplar ha sido distinguido y que solo llevan los jefes de tribu.

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