Manuel Ansede, 29 dic 2017
Cuando el emir bereber Yusuf ben Tasufin desembarcó en la península ibérica en el año 1086 para luchar contra las tropas cristianas de Alfonso VI de León, llevaba consigo un arma secreta: un animal exótico y extravagante, de unos 600 kilogramos de peso y unos dos metros de altura a la cruz. “Yusuf ben Tasufin mandó pasar los dromedarios. Y pasaron tantos que cubrieron Algeciras y sus mugidos se elevaron al cielo. Ni los españoles ni sus caballos habían visto jamás un dromedario, y por eso los caballos se espantaban de verlos y de oír sus mugidos”, describió cientos de años después, en el siglo XVII, el historiador argelino Ahmed Mohamed al-Maqqari.
Es fácil imaginar el pavor que sentiría una persona del medievo ante un guerrero a lomos de un animal jamás visto, pero el cronista norteafricano se equivocaba. Los dromedarios llevaban casi un milenio paseando por la península. El historiador Carlos Fernández Rodríguez ha identificado ahora dos vértebras de camélido, muy posiblemente de dromedario, en el Domus del Mitreo, un yacimiento romano datado entre los siglos II y III después de Cristo y descubierto en Lugo en 2003, cuando se excavaba un solar destinado al vicerrectorado del campus universitario. “Este sería el hallazgo más septentrional de restos de dromedario en la península ibérica, pero hay evidencias de que llegaron hasta el río Rin, en Europa Central”, explica el investigador.