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jueves, 14 de diciembre de 2017

Donde el mar gallego se mira con lupa

En el Intecmar siguen los pasos a las mareas rojas, desarrollan herramientas contra las negras, vigilan la calidad de las aguas y aclaran por qué se mueren los bivalvos
Rosa Estévez / LA VOZ, 14/12/2017
MARTINA MISER
Seamos francos: hace unos años, para la mayoría de los bateeiros gallegos el Instituto Tecnolóxico para o Control do Medio Mariño de Galicia (Intecmar) representaba al enemigo. Las batas blancas de los trabajadores que en él habitaban eran percibidas como el uniforme de un ejército empeñado en no dejar extraer mariscos de las rías. Esa mirada ha cambiado, dice Covadonga Salgado, directora del centro. Los mismos bateeiros que hace tiempo repudiaban al Intecmar, «ahora, cuando están negociando con un nuevo cliente, lo traen aquí. Al fin y al cabo, somos una garantía de calidad y de seguridad alimentaria».
El Intecmar es el ojo que todo lo ve en el agua de las rías: desde el fitoplancton tóxico que produce las mareas rojas, hasta las concentraciones excesivas de metales o de hidrocarburos, pasando por los agentes que causan enfermedades a los bivalvos. Dividido en varios departamentos, el centro de Vilaxoán (Vilagarcía) aspiraba hasta hace unos días a convertirse en sede del laboratorio europeo de moluscos bivalvos, hasta ahora ubicado en Inglaterra. La ventolera levantada por el brexit parecía empujar ese instituto hacia Arousa, pero el viaje ha acabado en naufragio. Mientras la Xunta intenta reflotar ese proyecto, el Intecmar mantiene la serenidad. A fin de cuentas, la vida sigue en las rías. En las 3.300 bateas de mejillón y en los miles de metros cuadrados de marisqueo. En los hogares de toda esa gente que ha contribuido a convertir a Galicia en la potencia que hoy es cuando se habla de mar. El Intecmar, antes Centro de Control do Medio Mariño, nació para ellos y para todos los que tienen detrás (depuradores, conserveros...) a fin de blindar la calidad sanitaria de los productos con los que salen a conquistar el mundo.
La unidad de Biotoxinas es la espina dorsal del instituto, y de ello da fe el nombre con el que estas instalaciones han sido bautizadas por el sector: «centro de mareas vermellas». Muestras de agua tomadas en las zonas de producción de Galicia llegan hasta Vilaxoán, donde un equipo de técnicos, con la vista bien entrenada, se ponen al microscopio para hacer recuento de células tóxicas. El ojo humano se convierte en el primer filtro -solo el primero- de un sistema de defensa de la seguridad alimentaria que aplica las tecnologías más avanzadas y que ha sido tomado como ejemplo en todos aquellos países que aspiran a decir algo en materia de acuicultura y cultivo del mar.
El trabajo, en ese ámbito, es constante, intenso, y adaptado a las necesidades de un sector muy dinámico. El Intecmar, encargado de cerrar y abrir zonas de producción, redobla esfuerzos cuando una marea roja parece acercarse y, también, cuando se bate en retirada: en el primer caso, para garantizar que ni una sola pieza de marisco con toxina llegue al mercado. En el segundo, para evitar a los productores sufrimientos innecesarios.
La contaminación de las aguas es otro asunto que condiciona, y mucho, el trabajo del mar. De vigilar el estado de esa cuestión y de clasificar las aguas en función de su calidad (A, B o C son las tres notas posibles) se encarga el departamento de microbiología con su inmensa red de estaciones de recogida de datos.
Pero hay más: el área de contaminantes químicos se encarga de controlar la presencia de metales pesados, organoclorados e hidrocarburos. Esta unidad empezó en funcionar tras el Prestige. Aquella pesadilla hizo nacer, también, el grupo de contaminación marina, que intenta desarrollar herramientas con las que predecir, ¡ojalá no fuese necesario usarlas nunca!, la evolución de todo tipo de vertidos.
Última parada. El departamento de Patología es el centro hospitalario de los bivalvos, el lugar donde se investigan -y se resuelven- los casos de mortandad anormal en los bancos naturales. Los servicios de sus técnicos han sido requeridos para investigar, por ejemplo, la misteriosa desaparición de la nacra -una suerte de mejillón gigante- del Mediterráneo... El caso ha sido resuelto, claro.

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