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MONICA IRAGO |
Concluidas las fiestas de San Roque del 2014, el Ministerio de Fomento coordinó con el Concello de Vilagarcía una acción fulgurante para asfaltar la avenida Juan Carlos I, el corazón de la N-640 a su paso por el casco urbano de la capital arousana. Aquel era un momento político muy diferente, con el Partido Popular de Tomás Fole a los mandos de Ravella y Mariano Rajoy en la presidencia del Gobierno del Estado. La obra, que buena falta hacía, se planificó para minimizar al máximo las molestias. Tanto, que se hizo en una sola noche, como los palacios que levantaba el genio de Aladino o el puente que salva la ría de Ares en Pontedeume, cuya factura atribuye la leyenda al mismísimo diablo.
El ministerio cumplió con lo suyo, invirtiendo en ello seiscientos mil euros, aunque los márgenes de la vía donde aparcaban los automóviles se quedaron de buenas a primeras fuera de la actuación, que tampoco tuvo en cuenta la necesidad de elevar las tapas de las alcantarillas y los registros. Once años después, el tramo de calle sobre el que se intervino lleva camino de batir varios récords negativos, al concentrar una treintena de baches en apenas 228 metros.
No siempre es recomendable caminar con la vista puesta en el suelo, pero quien se lo proponga e inicie su andadura en la rotonda de O Ramal para dirigirse a los jardines de Ravella comprobará fácilmente la inusitada densidad y variedad de las erosiones que padece el asfalto. Paradójicamente, el tramo inicial, el que no fue atacado por Fomento por aquel entonces, es el que presenta un mejor estado. No se encuentra bien, ni mucho menos. De hecho, en varios lugares el firme luce brechas importantes como promesas de nuevos socavones, y en el cruce con la calle Santa Lucía emergen ya dos señoras fochancas. Pero su número y concentración nada tienen que ver con lo que viene a continuación.
La transición la marca una profunda depresión que se abre ante el paso de peatones de la plaza de la Constitución. Aquí mismo está el último mojón de la N-640, como anunciando el prodigioso burato, con su marca kilométrica: 238,71 para ser exactos. Diez buenos centímetros de fondo, por lo menos. En él podría chapotear una paloma.
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