María Hermida / LA VOZ, 27/10/2016
RAMON LEIRO |
«Aquí hai vida por todas partes». Lo dice así, Francisco Abuín, sepulturero de Pontevedra, en medio del cementerio de San Mauro, en una mañana de sol a rabiar en la que la cercanía del día de Difuntos convierte el camposanto en un ir y venir de vecinos armados de cepillo y escoba para adecentar tumbas. Lo dice así y uno cree que se refiere a ese zafarrancho de limpieza que está presenciando. Pero no. Francisco Abuín es más profundo. Él ve vida en San Mauro aunque no haya nadie caminando por la necrópolis; ve vida cuando, en un día cualquiera del año, trabaja con las tumbas como únicas compañeras. ¿Cómo puede ser eso? Lo explica citando a un autor al que nunca se cansa de leer: «Gabriel García Márquez dicía que se ves a vida dende a morte descobres moitas cousas. E iso pásame a min. Estou aquí e aprendo cada día. Aprendo das persoas que son enterradas, moitas delas con vidas fascinantes, e aprendo a gozar do momento, a non perder o tempo xamais. A gozar de cousas tan sinxelas como o feito de que brille o sol cada día. ¿Paréceche que iso non é vida?», dice.
Así, con Gabo como guía, empieza la visita al cementerio con Francisco. Él no es capaz de hablar estándose quieto. Necesita enseñar lo que hay detrás de cada panteón. Se para casi, casi en cada uno, sobre todo en la zona más antigua. Como un guía que enseña una ciudad al visitante, define arquitectónicamente cada tumba. Y, como un filántropo, trae al recuerdo a cada difunto. «Aquí, no panteón dos Durán, está un home que veu embalsamado dende Cuba e doou no seu día o mármore de Carrara que ten a Virxe da Peregrina», cuenta.
Sus ficheros
Es entonces cuando, para cerciorarse de la fecha de la muerte del señor Durán, uno se fija que coge su móvil, teclea, rebusca y enseguida encuentra el dato. No consultó Google. Resulta que Francisco lleva seis años compilando la historia de los muertos más ilustres de Pontevedra, buceando entre datos y haciéndoles homenajes de su puño y letra, que luego digitaliza. Así que ahora tiene un auténtico fichero.
«Aprendín tanto deles...», dice con emoción.
Ahí cuenta las vicisitudes de la vida de personajes pontevedreses como Alexandre Bóveda, cómo el entierro de Indalecio Armesto -que fuera presidente de la Diputación-, en la parte civil del cementerio se convirtió en una multitudinaria concentración de vecinos o rescata versos de Daría González. Pero también descubre a muchos anónimos. «Escribín a historia dun home brasileiro que aínda segue vindo a visitar moi a miúdo a tumba da súa muller. Eles encontraron o amor no Amazonas, e tivéronse un ao outro para sempre», explica. El componedor de historias que es Francisco no deja fácilmente que uno componga la suya. Le cuesta dar datos. Pero acaba mirando en sí mismo.
Nació en Ribadavia, en el barrio judío. Era hijo de un cantero y en sus genes venía el amor por la cultura del vino que define a su tierra ourensana. Él, que se enamoró de una maestra pontevedresa, trabajó desde bien joven en contacto con la muerte. Lo hizo, primero, en una fábrica de ataúdes. Luego, ya en Pontevedra, tuvo oficios dispares, pero todos con cierto aire distinto. Trabajó un tiempo en el campo de golf de A Toxa. Y, virtuoso de la carpintería y la pintura en madera como es, incluso dio clase de ebanistería en la cárcel de A Lama. Le quedó bien claro lo que vale «a liberdade».
Profesor en la cárcel
Acostumbrado a empaparse de historias, de la prisión se llevó algunas con él:
«Recordo a un rapaz que levaba atracando bancos dende que era un adolescente... A esas persoas non podes ir alí contándolles unha milonga. O único que podía facer era demostrarlles que non era mal tipo e que podiamos pasar un rato agradable».
Hace ocho años, salieron unas plazas de sepulturero y ni se lo pensó. Dice que no encontró un puesto de trabajo, que es mucho más que eso:
«Isto é un oficio. A min cambioume a forma de entender a vida. É un orgullo enterrar aos teus veciños», señala con rotundidad.
Seguimos recorriendo el cementerio. Continúa hablando de personajes ilustres. Cita ahora a Riestra, «gran benefactor». Y, fiel a su estilo, departe sobre la generosidad. Es citar esa palabra y que se le venga a la cabeza su personaje favorito: «Eu non entendo o mundo sen Don Quijote.
Se por algo me sinto español é por el. Estou convencido de que se alguén ao que lle gustan as letras chega ao ceo sen ler a principal obra de Cervantes mándano de volta para abaixo, iso está claro. Eu necesito lelo a cada paso», cuenta. Uno le escucha, constata su entusiasmo y locuacidad, y hasta cree reconocer en él algún parecido con el hidalgo de la Mancha. Él no ve gigantes por molinos. Pero sí mucha vida donde otros solo observarían muerte. Todo un logro, desde luego.
Su faceta poética
Lo habitual es que Francisco compile en prosa datos curiosos sobre los personajes ilustres enterrados en San Mauro. Pero a veces también escribe poesía. Tiene una que habla sobre el cementerio civil, donde de cuando en vez un gato se empeña en colarse. También escribió otra sobre una historia de amor que le llevó al alma. E incluso tiene versos cuyos protagonistas son la capilla que hay en el camposanto. «Non escribo moito, pero de vez en cando sáeme de dentro», dice sosteniendo uno de sus poemas.
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