LaVoz, 04/10/2016
Hace hoy 434 años, desaparecieron diez días de golpe del calendario. Los españoles se acostaron un 4 de octubre de 1592 y se levantaron, como si nada hubiese pasado, a día 15 del mismo mes. El salto temporal nada tuvo que ver con fenómenos paranormales, más bien con la rebeldía de un papa reformista que, atento a los informes de un grupo de científicos de la Universidad de Salamanca, decidió darle carpetazo a la cuenta sistematizada del transcurso del tiempo instaurada por Julio César en el año 46 a.C. y adoptar una nueva medida adaptada al movimiento del Sol: el calendario gregoriano.
Bautizado así por el pontífice, que se llamaba Gregorio XIII, sustituyó, por tanto, al Juliano, que había decidido medir el tiempo en función del aparente movimiento del astro rey. Así, se intuyó que la Tierra tardaba más o menos 365 días en dar una vuelta completa al Sol; es decir, que por cada rodeo que daba a la gran estrella, giraba 365 veces sobre sí misma. Ese «más o menos» fue la perdición del sistema implantado por el político y militar romano. Desde el año 44 a.C. se acordó, creyendo que planeta azul tardaba exactamente 365,2422 rotaciones en volver al mismo punto, que cada cuatro años se contarían 366. Para subsanar ese margen. Nacieron así los años bisiestos -los que tienen un día más en febrero- con la intención de corregir el desfase. Pero los decimales estaban mal calculados.
El Calendario Gregoriano afinó las medidas no sin pocos intereses. La Iglesia, máxima autoridad en el siglo XVI, decidió hilar fino consciente del desajuste entre las fechas del almanaque y los equinoccios. Haciéndole caso a los investigadores salmantinos, mantuvo los años con 365 días y conservó los bisiestos cada cuatro años, pero estableció prescindir de ellos cuando acabasen en dos ceros (cada centenario) y cuando la cifra fuese divisible por 400. Esta reforma, promulgada por medio de la bula Inter Gravissimas, hizo que solo fuese necesario modificar un día cada 3.372 años.
La implantación del calendario gregoriano precisó una zancada temporal importante, arrancar diez hojas del almanaque y empezar a contar desde el día 15 de octubre. La elección de las fechas no fue casual, eran los días en los que había menos festividades de santos. Sin embargo, ese cálculo que prometía puntualidad durante tres mil años fue perdiendo peso con el paso del tiempo, cuando la sociedad comenzó a sospechar que también los movimientos de la Tierra eran irregulares. Lo son. Desacelera su baile en solitario y, por tanto, su paseo alrededor del Sol debido a la influencia que sobre ella ejerce la Luna, inclinando con las mareas su peso hacia uno u otro lado.
Su falta de precisión no es el único inconveniente del calendario gregoriano. El hecho de que el inicio de las estaciones del año coincida con los solsticios de junio y diciembre, y con los equinoccios de marzo y septiembre también entraña algunos problemas, pues el desplazamiento del eje de rotación de la Tierra hace que obligatoriamente las fechas en las que arranca el otoño, el invierno, la primavera y el verano tengan que ir cambiando. Simplificando: cada año nuestro planeta tarda unos 20 minutos más en llegar al punto de su órbita que marca el inicio del estío, con lo que el principio de las estaciones va sufriendo un desfase que, de no ser corregido, acabaría provocando un intercambio de posiciones entre el invierno y el verano.
El calendario gregoriano es también blanco de críticas por su manera de repartir las estaciones. No son pocos los que consideran que sería mucho mejor que el solsticio de junio marcase la mitad del verano y no el inicio, que los días comenzasen a menguar a mitad del estío para que la luz alcanzase su punto álgido en plenas vacaciones y no en su arranque. Otros lo rechazan porque está asociado con creencias religiosas compartidas solo por un segmento de la humanidad y su irregular instauración en los diferentes países europeos ha provocado todo tipo de confusiones, como por ejemplo creer que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día cuando en realidad el escritor español lo hizo diez días antes que el británico.
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