R. Romar / LA VOZ, 18/10/2016
O. A. |
Miércoles 19 de octubre a las 16.48 horas. Es la fecha y la hora en la que Europa está citada con la historia espacial. Si nada se tuerce, justo en ese momento un pequeño robot de la Agencia Espacial Europea (ESA), el Schiaparelli, se posará sobre la superficie de Marte, algo que hasta el momento solo han logrado rusos y norteamericanos. Será la prueba definitiva de que el viejo continente dispone de la tecnología necesaria para la entrada en la atmósfera, descenso y aterrizaje en la superficie del planeta rojo, lo que a su vez marcará un programa mucho más amplio y ambicioso de exploración marciana que forma parte de la misión
ExoMars, de la que el módulo Schiaparelli, bautizado así en honor al astrónomo que observó por primera vez los canales del planeta, es solo una pequeña parte.
«Estamos cruzando los dedos, porque aterrizar en Marte no es nada banal, no es algo que se haga todos los días, y para Europa sería un hito extraordinario», asegura el ingeniero coruñés Alejando Cardesín Moinelo, responsable de operaciones de Exomars. Es uno de los gallegos que tiene un destacado papel en un proyecto histórico en el que la industria española ha realizado importantes aportaciones. El otro es Carlos Samartín, responsable de Materiales Compuestos de Airbus España, que se encargó de la coordinación del diseño y fabricación del escudo térmico que protegerá al robot en su descenso de seis minutos hasta que se pose sobre suelo marciano.
«Tenemos -agrega Cardesín- mucha confianza en el éxito, porque la tecnología está lo suficientemente desarrollada, aunque siempre hay un riesgo porque es la primera vez y los rusos y los norteamericanos tuvieron varios fracasos antes de poder conseguirlo». En realidad no es la primera vez que un módulo europeo intenta aterrizar sobre Marte. Lo hizo antes el Beagle en diciembre del 2003, pero se trataba de un rover diseñado y fabricado exclusivamente por la Agencia Espacial Británica. Fracasó, una desagradable experiencia que los responsables de la agencia confían en que no se repetirá. Esta vez se ha optado por ir mucho más despacio, paso a paso. Las simulaciones indican que el riesgo es apenas del 2 %. «No nos podemos permitir el fracaso -destaca Cardesín- porque trabajamos con fondos públicos y el riesgo tiene que ser mínimo». La misión completa supone un coste de 1.600 millones de euros aportados por Europa y otros mil por Rusia.
De hecho, con Schiaparelli solo se quiere probar la tecnología, porque su vida útil en Marte será más bien discreta. Solo estará operativo entre dos y cuatro días, el tiempo en el que le durarán las baterías. Aún así está equipado con un pequeño paquete científico con una estación meteorológica que registrará la velocidad del viento, la humedad la presión y la temperatura en el punto de aterrizaje, Meridiani Planum, en el polo sur del planeta. También obtendrá las primeras medidas de lo campos eléctricos en la superficie de Marte, datos que podrían arrojar luz sobre el origen de las tormentas de arena. Al mismo tiempo, en su descenso tomará 15 fotos en blanco y negro.
La ESA, en colaboración con la agencia espacial rusa Roscosmos, se reserva la traca final para dentro de dos años. Será entonces cuando envíe un auténtico robot explorador, un rover con capacidad de taladrar el suelo hasta dos metros y realizar todo tipo de análisis biológicos y geológicos.
A la búsqueda de vida
Mientras tanto, el protagonismo recaerá en el satélite TGO, que se colocará en la órbita de Marte justo en el momento en que Schiaparelli lo haga en su subsuelo. La sonda analizará los gases de la atmósfera del planeta, fundamentalmente metano, para detectar su origen y descubrir si su presencia, ya advertida en otras misiones, está relacionada con la actividad geológica del planeta o con la biológica. El objetivo, en este caso, pasa por hallar signos de vida pasada o presente en Marte.
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