Una colección personal de trenes se cuela entre el género sin posibilidad de compra, pese a varios intentos. Es en A Moda Dabaixo, uno de los establecimientos históricos de Pontevedra, en plena Rúa Soportais
Christian Casares/ LA VOZ, 15 de diciembre de 2015.
RAMON LEIRO |
Ha vuelto a suceder. Han entrado en la tienda de Carlos Díaz González en la calle Soportales y le han querido comprar un tren. Uno de los que están en dos vitrinas, a la vista, pero lejos de manos curiosas e inexpertas. Y otra vez ha tenido que decir que no los vende.
De cuando en cuando los saca y los engrasa. «Había unos a los que se le podía incluso poner carbón para que hicieran humo al circular». Ahora no. Ahora todo viene de China, explica Carlos Díaz, entusiasta de los trenes eléctricos de la mítica firma española Payá. Esos no se venden. Ha tenido ofertas, pero qué va. «Los míos no los vendo». Y eso que su trabajo es precisamente vender: desde réplicas de aviones y cochecitos de hojalata hasta sombreros, boinas o paraguas. Y también unos juguetes que, pareciendo antiguos, en realidad no lo son.
De estos últimos hay coches de metal a pedales en los que puede ir cómodamente sentado un niño pequeño destilando mucho más encanto que esos vehículos eléctricos que imitan a los modelos modernos de coches de marcas conocidas que conducen sus padres y que proliferan por estas fechas. Llaman la atención en mitad de la tienda, pero ni su disposición ni el mimo con el que están expuestos, pueden rivalizar con el de los trenes Payá. Tampoco lo hacen otros trenes más modernos y que sí vende. Pero los de la vitrina no. Son trece vagones y tres locomotoras. No es una colección enorme, pero sí muy mimada. Y con historia.
«Yo nací en 1948 y los niños de Pontevedra íbamos todos a la Ferretería Varela a ver circular los trenes en el escaparate en Navidad», recuerda ahora ante sus convoyes. Correría el año 1955 «o 56», duda un instante. Pero su colección es posterior, como también lo fue su guiño a la desaparecida ferretería, cuando hizo circular algún tren en el escaparate de A Moda Dabaixo, su local, muchos años después de aquellas Navidades del 55 o el 56. «Eran juguetes muy caros y yo se los pedía siempre a los reyes magos, pero no había suerte».
Quizá por eso ahora, al disponer su colección sobre el mostrador, lamenta no haber puesto remedio a ello con más intensidad cuando dejó de confiar en los regalos del 6 enero para iniciar y aumentar la colección. Parte de los que tiene ahora son obsequios de la familia y otros los ha adquirido él. Solo que cuando había empezado a coger carrerilla, la mítica Payá empezó a tambalearse, hasta la suspensión de pagos del año 1983 y la posterior desaparición. Los trenes de Carlos Díaz, como otros muchos de los Payá, han sobrevivido mejor que la empresa, que tuvo una azarosa historia, muy marcada por las guerras, explica el coleccionista pontevedrés.
Fundidos para armamento
En Alemania, cuna de las míticos trenes eléctricos que fábrica Märklin, «se fundió todo para armamento -rememora Díaz-, no quedaron ni los moldes». Aunque Payá también pasó por las vicisitudes de las contiendas bélicas -durante la Guerra Civil fue colectivizada para fabricar munición y espoletas-, se mantuvieron intactos los moldes para sus trenes. «Por eso yo digo que son reediciones y no réplicas».
Su mercado son ahora los anticuarios y también el pujante intercambio entre coleccionistas a través de Internet. En ocasiones, no a precios menores. Hay constancia de juguetes de Payá, anteriores, eso sí, a los trenes, que se han vendido en el mercado de coleccionistas hasta por doce mil euros. No estamos hablando de esas cifras aquí. La seguridad de las vitrinas es suficiente.
De cuando en cuando, como para la foto, Carlos Díaz González saca sus trenes de ellas, a veces para engrasarlos, consciente de que volverá a suceder. Alguien entrará a comprar los trenes a su tienda y no los venderá. Pero quizá le cuente la historia que se esconde detrás.
«Yo nací en el año 1948 y todos los niños de Pontevedra íbamos a la Ferretería Varela a ver circular los trenes en el escaparate»
«En la mayor parte de las fábricas de juguetes europeas, con la guerra, se fundieron hasta los moldes, pero en España, no. Payá los conservó y pudo hacer reediciones»
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