Xosé Carreira / LA VOZ, 02/11/2016
Del primer sobre de simiente de zanahorias sembrado, solo nacieron tres o cuatro. «Y eso gracias a que las semillas cayeron fuera del lugar asignado». La inicial plantación de tomates fue un desastre porque «pusimos las plantas tan juntas que hicieron una pequeña selva, y los frutos ni llegaron a madurar». La primera cosecha del invernadero montado en la prisión de Monterroso con casi tres mil botellas de plástico no fue la esperada, recuerdan con humor los promotores de la idea. Pero esta iniciativa, única en Europa y encuadrada dentro del proyecto Desarrollo Sostenible para Todosdel programa Grundtvig, ha sido todo un éxito.
Los desastrosos comienzos productivos fueron mejorando espectacularmente en posteriores cosechas. Tanto es así que el interés suscitado por el proyecto hizo que se pusiera en marcha un segundo invernadero con otras tantas botellas. Y tienen para hacer un tercero, si se diera el caso. Para no seguir metiendo la pata en las siembras y cuidados, editaron un libro en el que se detallan las claves para tener tomates, pimientos, guisantes y otros productos de primera.
Cantero advierte que el proyecto tiene detrás muchas personas que pusieron «esfuerzo y dedicación». Para llegar al primer invernadero comenzaron por buscar cajas de cartón para improvisar la recogida de los recipientes de plástico y así, de paso, fomentar el respeto al medio ambiente. La respuesta de los internos fue abrumadora. En poco tiempo fueron recogidas por lo menos cinco mil botellas. «La experiencia nos servía también para realizar acciones personales para ahorrar energía y hasta para comprender las consecuencias del efecto invernadero y la disminución de la capa de ozono, la lluvia ácida o la deforestación», dijo Pedro Cantero.
Una vez conseguido el material, comenzó el diseño y la preparación de la estructura. Aprovecharon los restos sobrantes del taller productivo que tuvo la prisión, los soldaron los participantes en un curso de metálica y los pintaron. Finalmente colocaron cinco arcos.
Ensamblaje
Llegado el momento del ensamblaje comenzaron por perforar la parte inferior de las botellas y el tapón para meterles un cordel. Esa técnica permitió formar hileras que fueron ensambladas para formar finalmente el techo de la artesana construcción. «Decidimos colocar un tapón cada cinco botellas porque hay campañas específicas de recogida, pero como la fila quedaba endeble optamos por uno cada dos envases. Así era mucho más compacta cada fila y no se deformaba tan fácilmente ni en la manipulación ni una vez colocada en el tejado», explicó Cantero.
El invernadero es de seis metros de largo. Para completar cada una de las filas de botellas precisaron 40 envases por hilera. Para cada metro lineal necesitaron 12 filas. Finalmente fueron necesarios 2.880 envases.
La primera siembra y recogida no fue exitosa. «Pero aprendimos todos un montón. Ir comprobando el crecimiento de un pimiento o de un calabacín era algo milagroso y gratificante. No sé qué puñetas ocurría que, salvo los girasoles, todo o casi todo se nos dio inicialmente mal. Además, pasaban cosas curiosas. Algunos internos me advertían: 'Don Pedro, se le van a salir las lechugas'. '¿A dónde se van a salir?', nos preguntábamos algunos. No entendíamos nada. Todos estábamos a cero en cuestiones hortícolas. Ahora todo es diferente y hay buenas producciones», explicó el responsable del proyecto, que está descrito en un libro editado por Sogama, sociedad que apoyó la iniciativa desde el principio, además de introducir a los participantes en las técnicas del compostaje.
«La vida en sí discurre en un continuo proceso de reciclaje, a veces consciente y otras inconsciente», dice Javier Domínguez, el presidente de Sogama, en El huerto ecológico, la publicación que expone el proyecto. «Fue una experiencia que empezamos de la nada y que llevó a que muchos internos se implicaran en el reciclaje, el compostaje y el cuidado del huerto. El fin era adquirir hábitos para lograr un mundo sostenible y respetuoso con el planeta», concluyó Pedro Cantero.
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