Silvia R. Pontevedra / El País, 9 NOV 2016
Real Observatorio de la Armada. |
No los vemos pero están ahí y cada vez son más. Desde el lanzamiento del primer Sputnik, el 4 de octubre de 1957, otros varios miles de cohetes, satélites y sondas han sido enviados al espacio y han acabado su vida útil. Sirvieron en misiones científicas, ayudaron a predecir el tiempo, comunicaron a los hombres e incluso participaron en la caza y captura de algunos de los terroristas más buscados. Ahora, sin embargo, son basura peligrosa. Muchas veces los artefactos han colisionado, han estallado o han sido explosionados desde tierra convirtiéndose en pura metralla en órbita. Y forman una nube de millones de residuos espaciales generados por el hombre que envuelve la tierra. Hay escombros más grandes que autobuses y otros diminutos que corren más rápido que las balas. Pueden alcanzar una velocidad de 10 kilómetros por segundo y cuando impactan, causan destrozos impredecibles.
Dentro de lo que cabe, de momento, ha habido bastante suerte. El accidente más aparatoso del que hay constancia tuvo lugar a 788 kilómetros sobre el cielo de Siberia en 2009. Un satélite ruso ya difunto, el Kosmos 2251, de 900 kilos, chocó con otro activo, el estadounidense Iridium 33, que pesaba 690, sembrando la órbita baja de más de 600 cascotes. La Estación Espacial Internacional (ISS) también ha protagonizado un par de sustos, e incluso ha evacuado a su tripulación, por culpa de basura espacial que no pudo ser detectada con anticipación. El último episodio todavía tuvo lugar el pasado mayo: un minúsculo fragmento de pintura desprendida de algún viejo artilugio abrió una grieta en una de las ventanas de la cúpula de la ISS.
Hasta hace una década, lastrados por la inacción de algunos países que preferían mirar hacia otro lado y obviar el problema global del que alertó la ONU, no se tomaron demasiadas medidas. Pero la cuestión se ha vuelto tan grave que, en el caso de Europa, se están promoviendo varias iniciativas en las que España ocupará un lugar estratégico entre finales de 2017 y 2018. Un observatorio láser de la Armada (dirigido por un capitán de navío) ha empezado a transformarse para poder localizar escombro espacial no solo de grandes dimensiones sino también fragmentos de 20 o 30 centímetros, aunque el tamaño mínimo que se alcance todavía está por determinar.
“Solo un 7% de lo que nos rodea son satélites útiles”, explica el director del Real Instituto y Observatorio de la Armada (ROA) ubicado en San Fernando (Cádiz), el vigués José Martín Davila, que después de echarse a la mar decidió licenciarse y doctorarse en Física por la Complutense. El resto son objetos abandonados a su suerte, restos de otros más grandes que alcanzaron la fecha de obsolescencia y desconexión con la que nacieron: “Unos 30.000 de más de 10 centímetros; 700.000 de entre 10 y un centímetro; y millones de menos de un centímetro”, detalla el responsable del observatorio que en adelante va a ser uno de los pocos del mundo capaces de catalogar el desperdicio menos voluminoso. De momento, las bases repartidas por el planeta solo han podido localizar (y conocer la órbita que siguen para predecir riesgos) "unos 20.000 residuos" de muy diversas tallas.
Desde finales del año pasado, cuatro grandes bolas de titanio recubiertas de blindajes aislantes se precipitaron sobre la tierra en localidades de Murcia y Albacete. Eran basura espacial procedente -según la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que ha reclamado los desperdicios- del cohete Atlas V. Porque no todos los cascotes llegan a desintegrarse al atravesar la atmósfera. “Solo los pequeñitos”, comenta Martín, “los otros simplemente se incendian y sufren abrasión”. Sea por estos objetos caídos del cielo o por la saturación, ya vaticinada desde el siglo pasado, de un espacio que ocupa sobre todo la órbita baja de la Tierra, pero alcanza también las distancias de la órbita geoestacionaria, la reforma del ROA está considerada una cuestión de "defensa y seguridad nacional" y, obviamente, mundial.
“El problema es muy relevante. No se ha querido abordar antes porque a algunos países como China no les interesaba”, sigue describiendo la magnitud de la amenaza Martín Davila. Según el experto, el objetivo de la UE, que contribuye en el coste de la remodelación (de aproximadamente medio millón de euros) con el Ministerio de Economía, es construir sobre Europa “un gran ojo vigilante formado por pequeños ojitos”.
Entre todas las instalaciones que son capaces de detectar basura de distintos calibres (en España hay otras) y de hacer su seguimiento, de lo que se trata es de contribuir a elaborar un catálogo lo más exhaustivo posible de la gran escombrera en movimiento. Cuantos más materiales de desecho estén localizados, más fácil será evitar los riesgos. Todo esto mientras no se hace realidad ninguno de los variopintos proyectos y misiones de limpieza que han presentado distintos países para reducir un basurero que ha crecido de manera exponencial, y que a este ritmo podría acabar haciendo impracticables los tramos del espacio más disputados.
La Armada persigue desde hace al menos un lustro la basura espacial de grandes dimensiones. Por una parte, un telescopio instalado en los Pirineos fotografía el cielo para calcular la posición de objetos extraños respecto a estrellas de situación ya conocida. Y, por otra, la estación láser de Cádiz (ROA) se encarga de seguir y corregir la órbita de satélites equipados con retrorreflectores, espejos que devuelven el disparo de luz a su fuente de origen. El método vale tanto para aparatos en activo como en desuso, y con la reforma de este observatorio en el que solo un tercio de los trabajadores son militares, la basura detectable, con o sin retrorreflectores, será mucho más pequeña y por tanto se va a multiplicar en número. Según el Ejército, serán las únicas instalaciones en España y unas de las pocas en el mundo capaces de ver con tecnología láser el descomunal vertedero que nos rodea.
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