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lunes, 6 de junio de 2016

¿Puede un robot mandarlo al paro?

La OCDE estima que uno de cada diez puestos corren riesgo de ser automatizados en los próximos años, aunque los expertos coinciden en que el sector puede generar un volumen de trabajo similar
Gabriel Lemos / la voz, 06 de junio de 2016.
Cuando hace una semana trascendió que Foxconn, la gran factoría asiática que ensambla los móviles y tabletas de última generación, había prescindido de la mitad de los trabajadores de uno de sus centros de producción en China, relevados por un batallón de robots, a muchos les recorrió un escalofrío. ¿Llegará el día en que un autómata pueda hacer mi trabajo y mi jefe decida darme el finiquito para ahorrarse el sueldo y la Seguridad Social?
Estudios y teorías hay para todos los gustos. Entre las previsiones más apocalípticas está la realizada en la Universidad de Oxford por los profesores Carl Frey y Michael Osborne que, en el 2013, tras analizar las características de 700 profesiones, concluían que el 47 % de los asalariados estadounidenses corrían el riesgo de verse sustituidos por máquinas antes de veinte años. Los de relojero, asesor fiscal, bibliotecario o teleoperador eran apuntados como los puestos más fáciles de mecanizar, como prueba la introducción en los últimos años (para desesperación de muchos usuarios) de servicios telefónicos automatizados de atención al cliente.
Siguiendo la misma metodología de ese informe, el centro de estudios Bruegel calculó que, en el caso de España, la proporción de empleos en riesgo de deshumanizarse supera el 55 %.
Cifras que no convencen a los investigadores de la OCDE, bastante menos catastrofistas. Y es que el organismo que agrupa a los 34 países más desarrollados del mundo entiende que, para obtener un cálculo más realista, no se pueden analizar profesiones en su conjunto, sino que es necesario estudiar las tareas específicas que desempeña cada trabajador a título individual y ver cuántas de ellas pueden ser ejecutadas por ordenadores o algoritmos. Solo en el caso de que las máquinas puedan ejercer el 70 % de las funciones, consideran que el puesto está en peligro, porque sería automatizable. Y en esa situación, según los datos de una encuesta propia, solo se encontrarían un 9 % de los asalariados de las economías más avanzadas. Un porcentaje que, en el caso de España sube tres puntos, hasta rozar el 12 %, cifra similar a la de Austria y Alemania y casi el doble del riesgo que detecta el organismo en países como Corea del Sur, Finlandia o Estonia.
Claro que hay una proporción de trabajadores mucho mayor, casi una cuarta parte del total, que en un horizonte temporal no muy lejano verán cómo una buena parte de sus tareas las desempeñan máquinas, «lo que los obligará a adaptarse» al nuevo escenario, remarcan desde la OCDE. En total, un tercio de los empleos actuales en España se transformarán durante esta nueva revolución industrial.
Nueva porque, en realidad, no es la primera vez que un salto tecnológico pone patas arriba el mercado de trabajo. Solo hay que pensar en la máquina de vapor, en los telares automáticos o en la misma electricidad. Avances que en el corto plazo provocaron una pérdida sustancial de empleos, pero que con el tiempo facilitaron la aparición de nuevos sectores productivos, con puestos menos penosos y una mejora de la calidad de vida.
En esa línea, Richard Duro, catedrático de Inteligencia Artificial de la Universidade da Coruña, explica que las máquinas «se harán cargo de las tareas pesadas, penosas, como las de esa gente que se pasa todo el día poniendo tornillos, pero a la vez generarán otros más creativos y de mayor calidad». En realidad, recuerda, «los robots están en la industria desde los años cincuenta», como saben muy bien en la automoción gallega, donde a día de hoy sería impensable fabricar un coche solo con mano de obra humana.
Producción en proximidad
No solo eso sino que, como recuerda Jesús Lampón, profesor de Organización de Empresas de la Universidade de Vigo, la mecanización de los procesos de producción en este sector ha frenado la deslocalización en Galicia -hay empresas, como la porriñesa Adhex, que gracias a la innovación ya son capaces de exportar componentes a China- y dado paso incluso a la relocalización de ciertas factorías, puesto que los costes logísticos de producir en el extranjero superan a veces el ahorro en mano de obra. Es lo que le pasa a Adidas, que abrirá una fábrica totalmente mecanizada para producir calzado deportivo en Alemania 20 años después de llevarse la producción al sudeste asiático.
En Galicia, el empleo en robótica, aunque escaso de momento, es ya una realidad. Uno de los grandes exponente es Ledisson, compañía que no fabrica autómatas, sino que se encarga de programar sus controles; en definitiva, de darles vida. Este año, como explica Óscar Rodríguez, responsable de recursos humanos de la firma, que obtiene en el extranjero cerca del 90 % de su facturación, ya han contratado a 15 técnicos y la previsión es seguir creciendo. Para ellos, el único problema es encontrar profesionales y retener a los que ya tienen en plantilla, «que reciben entre dos y tres ofertas de trabajo a la semana de media».
Rodríguez tiene claro que, al igual que hace treinta años nadie hubiese pensado en poder ganarse la vida como community manager, los trabajos del futuro están todavía por definir, pero que los robots no acabarán con el empleo, sino que lo transformarán.
En ese sentido, Duro explica que la mecanización es clave para la reindustrialización que pretende Europa, que precisa fábricas flexibles capaces de adaptarse a las necesidades de cada cliente sin disparar los costes. De momento, explica, la investigación avanza a dos velocidades: «A más corto plazo, de lo que se trata es de obtener robots colaborativos, que convivan mejor con los humanos, a los que no sustituirán, sino con los que trabajarán en equipo, haciendo las tareas pesadas y dejando la parte creativa al humano». A largo plazo, sin embargo, se buscan robots con un proceso de aprendizaje similar al humano, que les permita interactuar con nosotros y, por ejemplo, ocuparse de tareas más delicadas, como ciertos cuidados sanitarios, aunque este ya es un desarrollo difícil de predecir: «Podemos hablar de 20 o de 200 años». Muchos cruzarán los dedos para que la jubilación les pille antes de que sea una realidad.

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