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viernes, 24 de junio de 2016

'Buscando a Dory': la memoria perdida del original

Pixar completa una gran película en 'Buscando a Dory' con una algo mimética repetición de la película de hace 13 añosDirectores: Andrew Stanton y Angus MacLane | Animación | Año: 2016 | Nacionalidad: EEUU | Duración: 97 min.
Luis Martínez / El Mundo, 23/06/2016
Hablar de Samuel Beckett para explicar por qué un pez animado resulta hilarante puede resultar ello mismo hilarante. Y lo es. Pero se antoja imposible resistirse. En El innombrable, el escritor irlandés imagina la historia de un sujeto sin memoria. Sólo la lengua que habla permanece como un extraño recuerdo de nada. El desmemoriado sólo tiene presente. Vive en él de forma necesaria con el futuro amenazado por la cercana y cruel posibilidad del silencio. No puede parar de hablar. Si lo hace desaparece. No puede dejar de actuar. Si se detiene, muere.
Cualquier otro estudio estaría llamando a las puertas del cielo con una película que alcanzara el 50% de las expectativas que cumple este filme
Pues bien, ésa es Dory, el pez desmemoriado, el pez con memoria de pez. Memorable. Probablemente el personaje más delirante, feroz y nihilista que ha dado el cine reciente. Y nosotros sin enterarnos. Piénsenlo por un momento. La inconsciencia cierta del desastre que le acosa a cada paso que da, convierte a Dory en una optimista a carta cabal. La única posible, cabría añadir. Si algo es imposible, ése es el camino. Y así. Por todo ello, nada puede parecer más oportuno que el reencuentro con el personaje. El de Beckett y el de Buscando a Nemo.
Sin embargo, con Pixar ocurre como con las noches de bodas (con perdón): o son inolvidables o el divorcio. Es decir, todo lo que no sea una obra maestra decepciona. Buscando a Dory es, además de un título muy mejorable, una gran secuela. Cualquier otro estudio estaría, sin duda, llamando a las puertas del cielo con una película que alcanzara un 50% de las expectativas que cumple este nuevo alarde firmado por Andrew Stanton y Angus MacLane.
Justo es reconocerlo, el recuerdo de ese milagro que fue Buscando a Nemo pesa demasiado. Básicamente, se trata de repetir la película original que hace 13 años cambió las reglas de la animación. Con una variante: donde antes eran los padres los que se afanaban en encontrar al hijo, ahora es al revés. De nuevo, y aparcando a Beckett, la idea es recuperar el privilegio de ser diferente y demostrar cómo, en un mundo tan mal ordenado como éste, jugar en desventaja puede ser (o mejor, debería ser) la mejor de las ventajas; el problema es la solución.
Nada en la película es original. Pixar juega a pulir su reglamento interno. Lejos del aparataje conceptual de Inside out, se trata de reconstruir el mecanismo de asuntos tales como reconocimiento, la amistad, la solidaridad... el amor tal vez. Y hacerlo, como siempre, en esa doble frecuencia capaz de convencer por igual a escépticos y devotos; a las criaturas de ojos grandes y a los otros. Y pese a todo, ese empeño nada disimulado de repetir gestos, de recuperar la ortodoxia a machamartillo, acaba por recordarnos demasiado la virtud ahora perdida del riesgo.
La película carece de la vocación de torrente de su antecesora. En aquella, el espectador era literalmente secuestrado desde el primer al último fotograma en un viaje sentimental al fondo de un mundo ingrávido y perfecto. Como las pompas de jabón. Ahora, todo es más errático con las líneas del guión por momentos algo gratuitas y ciertamente descontroladas.
Pero, que no cunda el pánico, se mantiene la gracia primigenia de la heroína en su visceral provocación. Sólo la desmemoria garantiza la posibilidad de la acción. Sólo el olvido permanece. Y ahora que cada uno trace sus paralelismos y afine sus metáforas. Se mire por donde se mire, y a las puertas de las elecciones, pocas películas tan oportunas. Por Beckett. Por Dory.

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