Iñaki Laguardia / El País 29 JUN 2015
Entre las promesas incumplidas de la globalización no resulta difícil encontrar batallas relacionadas con el hambre, la ecología o la desigualdad. Lo que ignorábamos hasta ahora era el inquietante desfase que reflejan los marcadores nacionales de la pulcritud. Esta vez, y sin que sirva de precedente, la coyuntura económica y los niveles de desarrollo de los diferentes países no parecen ser determinantes a la hora de juzgar los hábitos de higiene.
Según una encuesta realizada hace unos meses por la agencia de análisis de tendencias Euromonitor, los brasileños pueden llegar a ducharse hasta doce veces de media a la semana. Además del país brasileño, los sociólogos sitúan a Colombia y Australia entre las regiones menos alérgicas al agua, con diez y ocho baños semanales por persona. Muy cerca les siguen Indonesia y México, con unas siete duchas respectivamente. A la cola de este singular sondeo se encuentran los chinos, quienes al parecer solo se lavan una vez cada dos días.
Los franceses, estadounidenses y españoles se mantienen en el promedio de la ducha diaria. Como los indios, quienes por otra parte se lavan el pelo solo una vez por semana. ¿Los últimos de la clase además de los chinos? Turquía, Alemania, Reino Unido y –sorprendentemente– Japón, con unas costumbres más que cuestionables. Habrá quien opine que la sinceridad de los encuestados debería ser un valor terminante para dar por válidas las conclusiones –un extremo más que razonable si tenemos en cuenta lo que nos encanta mentir a los humanos–, pero sus responsables destacan las variables climáticas como argumentos que ofrecen solidez al resultado. En román paladino: a mayor humedad, más necesidad de refrescarse.
Los franceses, estadounidenses y españoles se mantienen en el promedio de la ducha diaria
Hace dos años el diario británico Daily Mail puso el grito en el cielo cuando descubrió que casi la mitad de los británicos pasaban de ducharse a diario. Y ponían como ejemplo al príncipe Enrique, hermano del futuro rey Guillermo, que una vez reconoció haber estado dos años, con sus días y su noches, sin lavarse la cabeza. Por extraño que parezca, su caso es solo la punta del iceberg de una tendencia al alza. Más allá de los diseñadores de moda que la pasada temporada dispararon campañas publicitarias con modelos que llevaban el pelo enmarañado o con aspecto sucio, los partidarios de relajar los estándares admitidos son legión.
Mientras algunos ecologistas defienden la necesidad de limitar el consumo de agua en el hogar –y con ello racionalizar los litros que se escapan por el desagüe del baño–, otras corrientes eco-friendly alertan de los peligros que entraña hacer uso de productos de limpieza que llevan sulfatos, parabenos y siliconas. Ni unos ni otros tienen el favor de la mayoría de los dermatólogos y otras partes interesadas, pero muchos expertos alertan de que todo lo que circunda la literatura del aseo personal está sobredimensionado.
¿Los últimos de la clase además de los chinos? Turquía, Alemania, Reino Unido y Japón
La cosa viene de lejos. En febrero de este año la periodista Sarah Zhang, de la web Gizmodo, se hacía eco de la estrategia de marketing que en los albores del siglo XX motivó que los estadounidenses desarrollaran actitudes rayanas en la obsesión. Según su testimonio, las empresas productoras de jabones, desodorantes y pastas de dientes crearon anuncios que desnaturalizaron los hábitos de la sociedad, obligando a la gente a gastar cantidades ingentes de dinero y amenazándola con el ostracismo social si no dejaban de preocuparse por la halitosis o la sudoración.
En el siglo XX el aseo personal es también una batalla entre sexos. La compañía sueca SCA publicó hace unos años un estudio en el que Suecia aparecía como –oh, sorpresa– un referente de igualdad también a la hora del baño: si en el resto de países analizados las mujeres se lavan más que lo hombres, en el paraíso escandinavo ellas van a la zaga. Además el informe hincaba el diente en otras costumbres como depilarse, usar cosméticos, ponerse accesorios o cuidarse las uñas. Según afirmaba el 84% de los hombres y mujeres encuestados, en un escenario ideal ellas siempre deben depilarse las piernas. Tan solo el 51% de las personas opinaba que “el hombre ideal” debe usar colonia.
En la era de la heterodoxia higiénica, con adalides de la modernidad que defienden métodos como el No Poo –lavarse el cabello con agua del grifo o con bicarbonato y vinagre–, cualquier conclusión parece precipitada. La higiene personal puede significar una cosa en Río de Janeiro y la contraria en Shangái, y probablemente ni unos ni otros se pondrán nunca de acuerdo. Pero hay dos cosas universales que suscitan el favor colectivo: el baño checo y la noble costumbre de perfumarse hasta provocar la arcada.
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