Santos Parga nació en Viveiro en 1813 y a los 14 años marchó a Cuba
Martín Fernández / VdG, 29 de marzo de 2016
Dice García Márquez que lo primero que hicieron los yanquis cuando llegaron a Macondo fue cambiar el río de sitio. Y relata que el mundo era tan reciente que para nombrar las cosas había que señalarlas con el dedo?
En la primera emigración gallega sucedieron parecidos portentos. El mundo era tan reciente que todo estaba por hacer. Todo era propicio a la aventura como la que vivió un emigrante viveirense y que, parodiando al autor de «Cien años de soledad», podría titularse «La increíble y triste historia de Manuel Santos Parga y sus amigos desalmados»?
Santos Parga había nacido en Viveiro en 1813 y, a los 14 años, marchó a Cuba. Allí desempeñó los más variopintos oficios hasta que, al cumplir los 40, compró la finca próxima a la ciudad de Matanzas.
Para trabajarla, contrató una brigada de obreros chinos, en regimen de semiesclavitud, que extraían piedras y minerales para suministrar las obras de infraestructuras con las que se iba dotando el país. Las cosas le iban bien. En 1860 comenzara la construcción en Matanzas del Teatro Esteban _hoy Teatro Sauto_ y Santos Parga consiguió el contrato para proporcionar piedra, cal, arena, cemento etc...
Pero el azar y la fortuna son caprichosos. Y un día de febrero de 1861 sucedió algo que cambió para siempre la vida del emigrante de Viveiro y aún la de Cuba. Don Manuel _así lo denominan hoy los cubanos_ escuchó, entre incrédulo y atónito, lo que le había sucedido al chino Wong, uno de los esclavos que tenía para trabajar la finca.
Al asiático, cuando arrancaba piedras calizas del suelo, se le había escapado de pronto la pala de las manos cuando revolvía una. Y, viendo como la tragaba la tierra y comprobando la inestabilidad del suelo, empezó a correr y a gritar como si escapara de un demonio ardiente que surgiera de las mismas entrañas del globo terráqueo...
El suceso provocó una estampida general. Pero Don Manuel no se arredró. Pensó que, tal vez, en el subsuelo de la finca existía una mina. Y se puso a explorar el agujero de la parcela donde había desaparecido la pala del criado.
Pidió una palanca, la dejó caer y comprobó que no había firmeza en el piso. Luego hizo una excavación circular y ésta se hundió súbitamente. Por el boquete que se produjo comenzó a emanar un aire turbio y fétido que intimidó a todos menos a Don Manuel, que hizo bueno el dicho de que nadie se arrepiente de haber sido valiente.
Y comenzó a bajar, atado a una cuerda, hasta el fondo del hoyo producido. La impresión que tuvo quedó para él. Pero acababa de descubrir ni más ni menos que las Cuevas de Bellamar, uno de los monumentos naturales más importantes del mundo y todo un santuario de la Espeleología.
Las preciosas cuevas que desde entonces y hasta el día de hoy son uno de los atractivos de la isla, visitadas por miles y miles de turistas cada año que se acercan hasta ese lugar.
Eco en Nueva York del inventor del turismo cubano
Las Cuevas de Bellamar tienen una antigüedad de 300.000 años, una longitud de 23 kilómetros y una profundidad que, en algunos puntos, está 50 metros por debajo del nivel del mar. Los espeleólogos encontraron en ellas importantes vestigios paleontológicos y una amplísima gama de procesos cristalinos.
Con su descubrimiento, el emigrante viveirense se hizo rico y, de paso, quedó para la historia como precursor de la Espeleología e inventor del turismo cubano. Desde el primer momento, comprendió las posibilidades de negocio que se abrían para él con la explotación de que inicialmente se llamó La Cueva de Parga. Y se afanó en hacerla accesible al público. Sacó el agua de algunos lugares, instaló escaleras y pasarelas, instaló un rudimentario alumbrado y organizó visitas guiadas. Era solo el principio de un gran éxito.
Sólo el primer año las cuevas fueron visitadas por dos mil personas. Y en 1863, el periódico neoyorkino Harper´s Magazine publicó un amplio reportaje sobre ellas que mostraba fotos de los más antiguos grabados que se conocen de Bellamar. Eso las catapultó a nuevos mercados y al mundo, en general.
Todavía hoy se conserva la escalera de 159 peldaños que construyó el mismo Santos Parga y que lleva hasta la estrella de la cavidad: una estalactita, llamada El Manto de Colón, de 12 metros de alto, en forma de cascada y con 32 siglos de antiguedad.
Las cuevas se dividen en cuatro sectores y sus galerías y salones están tapizados de estalactitas, estalagmitas y helictitas. El emigrante de Viveiro bautizó sus salas con nombres como El túnel del amor, La capilla de los doce apóstoles, La Garganta del Diablo, El Paso de la Lluvia o El Salón de las Nieves y, con una clara visión comercial, rentabilizó lo que hoy denominaríamos productos o paquetes turísticos como la piedra Si me tocas no me olvidas, las Alas del coco rayado, las Fuentes del Matrimonio, del Divorcio o de la Juventud?
Santos Parga, la insólita aventura de un viveirense en Cuba.
Fue asesinado en 1884 por dos viejos conocidos que pretendían extorsionarlo
En el mundo en que vivió el emigrante viveirense Santos Parga los prodigios, en efecto, eran posibles y algunas cosas, para nombrarlas, había que señalarlas con el dedo? Pero era también un mundo ancho, ajeno y, sobre todo, peligroso. Muy peligroso como al final se comprobó y como corroboraron los propios hechos desencadenados. El emigrante viveirense fue asesinado en 1884 por dos bandidos llamados Ignacio Roselló, apodado el catalán, y Casimiro Vázquez, el coruñés, viejos conocidos suyos que, sabedores de toda su fortuna, pretendían finalmente extorsionarlo.
Don Manuel, a sus 71 años, peleó con ellos como lo hubiera hecho en sus años mozos: como diría el desaparecido periodista José Luis Alvite, como cuando se sentía capaz de ganar la carrera hípica del Gran National con el caballo al hombro? Mató a uno con su faca y puso en fuga al otro que, al verse malherido y perseguido, se quitó la vida. Pero las graves heridas que ambos causaron al intrépido viveirense en ese pelea le produjeron al final la muerte. Fue el adiós a toda una vida difícil, llena de aventuras, que tuvo su principio en Viveiro y su final en Cuba.
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