Todo empezó, como tantas otras historias actuales, gracias a un vídeo en YouTube. Lo que pretendía ser un mensaje de agradecimiento y admiración a Eric Whitacre -uno de los músicos y compositores más conocidos de su generación- por parte de una seguidora de su trabajo, fraguó en Virtual Choir, un proyecto artístico de proporciones nunca oídas hasta entonces. Miles de solistas originarios de más de cien países juntaros sus voces para interpretar una composición del músico de Nevada. Una imagen, la de miles de cantantes, que podría invocar recuerdos de las gradas de Anfield Road, el mítico campo del Liverpool, dedicando a Steven Gerrad, su eterno capitán, el himno “You Will Never Walk Alone”. Estas voces, poco armónicas y templadas a golpe de pinta de cerveza, destilan una emoción reconocible incluso para quienes ven en el fútbol un deporte antediluviano. Emoción que necesariamente tenía que inspirar a alguien como Whitacre, puesto que afirma que “lo más apasionante de un grupo de gente que cantan juntos es la respiración, cuando en completo silencio toman aire al mismo tiempo para comenzar a cantar”. Para Whitacre esa es la representación de una pasión compartida.
Claro que, por muy apasionadas que resulten, conseguir que miles de gargantas en un campo de fútbol suenen afinadas y en un mismo tempo es misión imposible incluso para alguien con el talento de Whitacre. Pero no lo es echar mano de las ventajas que un mundo conectado pone a su alcance, para levantar un proyecto monumental como Virtual Chorus, en el que miles de cantantes unen su talento.
Whitacre es un firme convencido de que la tecnología es la herramienta perfecta para amplificar la creatividad humana y que un simple smartphone puede convertirse en un complemento inspirador incluso durante un concierto. En lugar de ordenar apagar los teléfonos y torcer el gesto cuando desde el bolsillo de algún despistado llegan señales de que sus grupos de whatsapp han entrado en ebullición, el músico norteamericano les hace participar gracias a una aplicación móvil. El resultado, según el mismo Whitacre confiesa, es como un “Carmina Burana repleto de esteroides”.
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