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martes, 17 de noviembre de 2015

«Quinín» superó otro San Martiño

El famoso cerdo criado en Dumbría y que vive en Carral pasa de los 8 años
S.G. Rial _ VdG 17 de nov de 2015
G.Carlos Cortés, su actual cuidador, con Quinín, en la parcela de Carral
Quinín lleva ya ocho sanmartiños a su lomo. Que no es pequeño, precisamente. Tiene tal grupa que podría portar un jinete menudo. «Xa logo vai ser tan ancho como longo», bromea su cuidador, Carlos Cortés, al que todos conocen como Rial).
Exagera, claro. Quinín no está para trotes ni ese es su cometido. Aunque es tan manso y tranquilo que sin duda se dejaría, más por hastío o aburrimiento que por gusto, si hubiese una silla adecuada. También exagera cuando dice lo de ancho: obviamente, es mucho más largo, pero hay algo de cierto en su afirmación: el marrano está enorme. Para quien solo conoce los cerdos de verlos crecer hasta su edad habitual de matanza, siempre menos de un año, sorprende su volumen. Da la impresión que son animales que pueden seguir creciendo mientras coman, hasta un impreciso infinito.
Y Quinín come, mucho y bien. Uno de los detalles que se desconocían de su ya célebre vida es que es un cerdo muy goloso. Se nutre de muchos alimentos que le llevan los vecinos, o algún local. Por ejemplo, si unos pasteles caducaron el día anterior, o unos donuts, o pan, allá que se los envían al marrano. Los devora. Si tiene otra comida al lado, va a por el dulce. No es tonto. Nunca lo fue, por eso está donde está: en una magnífica finca para él solo situada cerca del centro de Carral. Con muro y verja de acceso, y muchas plantas por las que hurgar. Gracias a que era listo, muy listo, se salvó de su primer San Martiño. Nacido en Muxía a mediados del 2007, llamó mucho la atención en toda España al pasear con su dueño por las calles y caminos de Dumbría y comportarse como un perro: dócil, atento a las órdenes, juguetón con una compañera canina. Despertó tanta simpatía que el mero anuncio de que sus días llegaban a su fin, como el breve destino de todos sus congéneres, propició que un humanitario filántropo ofreciera por él unos buenos dineros, unos 3.000 euros (tantos como metros tiene la finca) siempre en el anonimato y le procurase finca y manutención. La parcela tiene un excelente cobijo: una línea de alta tensión que la atraviesa a lo largo. Esta corriente es la que garantiza que no se va a construir en ella. Una caseta de obra lo resguarda del mal tiempo, pero el animal prefiere el exterior. Hace poco se fue haciendo una poza y cuando se mete, ya no hay quien lo saque. Ni siquiera las muchas personas que acuden a visitarlo, a hacerle fotos, a verlo sin más. Hay niños que le dan caramelos, sabedores de su paladar. No molesta a nadie, así que todos tan felices.
También lo está Rial (en realidad este era el apodo de su hermano, bautizado así por su manera de jugar, tan parecida a la aquel Rial del Real Madrid), que lleva más o menos un año a su cargo (antes hubo otros dos), responsable de supervisar a diario que todo va bien, o de llevarle el pienso que le facilitan interesados en su bienestar, entre ellos el propio alcalde. Está encantado con el animal, y este sabe corresponder. Sigue siendo un puerco espabilado y cariñoso, pero cada vez más lento. La cuestión típica es cuánto pesa. No lo han subido a una balanza, pero desde luego supera los 400 kilos. A veces también hay quién se pregunta cuánto tiempo más vivirá, cuántossanmartiños irá dejando atrás. «O día que morra será noticia», apunta Rial. Ya lo es desde que olisqueaba como un can por Dumbría, con la perra Tila, a la que vio una vez hace pocos años y demostró que a sus virtudes hay que añadir una excelente memoria.

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