Manuel Blanco / VdG 08 de agosto de 2015.
Los llaman viceversos. Seguro que los ha visto en la playa este verano: cuadrados, sin un pelo del cuello a los pies y con la piel recorrida por tatuajes. ¡Apostaría un par de nóminas a que hay alguien fabricando en masa el del hombro a la muñeca con motivos tribales! Los viceversos, como supondrá, heredan su apelativo del programa de TelecincoMujeres hombres y viceversa, un concurso de lo más kitsch cuyo director de cásting nació con un radar para localizar a ejemplares de esta versión posmoderna del chuloplaya de toda la vida.
Rafa Mora es a esta emergente tribu lo que Sid Vicious fue al punk. Su deidad. El joven valenciano es un saco de músculos encantado de haberse conocido cuya popularidad procede de sus fecundas heroicidades amatorias. No está documentado, por contra, si se ha prodigado en el noble arte de la lectura.
El caso es que el chico, y sus colegas televisivos, han creado escuela. Y las playas gallegas dan fe este verano del asunto. Alcanzar el estatus viceverso, no crean, tiene su miga. El primer requisito, y más importante, es inflar el chasis. Algo así como lo del muñeco de Michelín, pero en modo musculitos. Para lograrlo en tiempo récord, no queda otra que ciclarse. ¿Y qué hay detrás de este palabro? Pues nada, hacerse con un ciclo de hormona del crecimiento, darle un poco (sin estresarse eh!) a las mancuernas en el gimnasio y, ¡milagro!, el joven zagal lucirá como un Conan de bolsillo.
Efectivamente, puede que el verano pasado viese en su playa a un tirillas transformado hoy en un perfecto viceverso. La mutación impresiona. Pero ciclarse tiene sus riesgos. Las alertas de la Agencia Española del Medicamento por el abuso de esta hormona en jóvenes asustan: desarrollo de tumores, retención de fluidos, hiperglucemia (resistencia a la insulina), hipotiroidismo... El cuadro remite más a un capítulo de House que a un remake de Carros de Fuego...
En otro tiempo, para acceder a estos productos había que sudar la gota gorda en algunos gimnasios, pero Internet, ese centro comercial abierto las 24 horas del día, ha alterado las reglas del juego. Sin romperse apenas la cabeza, y a un precio asequible, son muchas las webs en las que se puede adquirir un ciclo de esta hormona, así como otros productos para afinar el cóctel: anabolizantes, testosterona, quemagrasas... En definitiva, el kit completo para un inflado como Dios manda.
Con tres tallas más de camiseta, el siguiente estadio será el de la depilación. Al perfecto viceverso no le verá usted un pelo al sur de la barba. Los viceversos han transformado los salones de depilación láser, antaño templos de la mujer, en el salón de su casa. Cuentan las malas lenguas, eso sí, que no es difícil saber cuándo hay un machote en la camilla: los decibelios de sus gritos lo delatan. El viceverso es hombre, de eso no hay duda. Ahora sufrido... Eso ya es cosa de mineros y marineros.
Una vez engordado y convenientemente rasurado, lo siguiente será acudir al tatuador. Nada de cosas discretas. Aquel Clooney de Abierto al amanecer resulta una inspiración en este mundo tronista. Cuanto más grande y llamativo sea el tattoo, más puntos viceversos logrará el aspirante. El buen gusto no cotiza llegados a este punto.
Mutar en viceverso, así las cosas, no es barato. Entre hormonas, depilaciones y tatuajes, el look puede dispararse por encima de los mil euros. Tampoco es que sea como tunear el coche, pero hay que aligerar la cartera. Cierto es que los zagales algo ahorran con la ropa, porque en sus apariciones, ya sea en la playa o en la discoteca, suelen ir justos de tela.
Armados pues con todos estos atributos, llega la hora de asaltar los arenales. No se preocupe si usted no los ve, ya se encargarán ellos de que lo haga: paseos por la orilla, gafas y bañadores en colores fluor, tupés vertiginosos (¡cómo diablos lograrán mantener el pelo siempre ahí arriba!), sonoras carcajadas... El viceverso quiere que lo miren. ¿O será admiren? Quién sabe...
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