Antonio Garrido / la voz, 28 de abril de 2016.
Fueron más de una noche y más de dos. En Trabanca Badiña comenzaron a sonar las campanas a rebato y hubo quien hasta utilizó bombas de palenque para avisar a los vecinos. Los camiones de basura habían vuelto a hacer su aparición en sus montes, dispuestos a dejar allí los residuos de toda Vilagarcía. Hablamos de finales de los ochenta y principios de los noventa. De los últimos tiempos del mandato de José Luis Rivera Mallo y los primeros de Javier Gago. Los vecinos consiguieron, con trabajo, parar el estropicio. Con esfuerzo y con las mujeres turnándose para vigilar por las noches en el monte para que los camiones no regresaran. No lo hicieron, pero el mal ya estaba hecho y, ahora, veinticinco años después, empieza a salir a la luz. La mierda no aguanta mucho debajo de la alfombra.
Un musicasete de La Década Prodigiosa -los más jóvenes no sabrán ni qué es un musicasete ni conocerán al grupo que mezclaba éxitos de los ochenta con un éxito indudable- da la primera pista. Aquello no llegó allí antes de ayer. La fecha de caducidad que aparece en una de las míticas bolsas grises de leche de Larsa lo confirma: octubre de 1990. Todo aquello lleva ahí mucho tiempo. Y hay mucho. Es toda una montaña de residuos, malamente cubiertos en su momento por capas de tierra, que con el paso del tiempo han comenzado a salir a flote. A pesar de que la colina tiene una altura más que considerable, como razonan los comuneros de Trabanca produce escalofríos imaginar los metros de basura y tierra que están bajo nuestros pies. Un talud a la vera de la pista que alguien construyó para que los camiones de basura pudieran llegar hasta allí para depositar los residuos, que luego las excavadores cubrían con tierra de aquella manera, vale para hacer de arqueólogo imaginario. Está perfectamente ordenado: capa de tierra, capa de mierda, capa de tierra, capa de plásticos y así sucesivamente hasta llegar al suelo. Lo que haya por debajo no lo sabrá, ni se lo imaginará, quien dio el visto bueno para hacer esa animalada.
Unos metros más arriba golpeas el suelo y te sale un plástico. Da igual dónde. Hay huellas de que los jabalíes también rebuscan allí porque la zona seguro que guarda aromas de las comidas perdidas. Los comuneros han colocado unos bancos porque hay unas vistas espectaculares. Será difícil que tengan sombra. Los árboles no son capaces de crecer en esa tierra podrida.
Al otro lado de la pista de la vergüenza por la que subían los camiones los comuneros han comenzado un trabajo de regeneración del monte que arrasó los incendios del 2006. Han invertido 165.000 euros pero el dinero y el esfuerzo da sus frutos. Aquello es otra cosa.
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