R. Romar / la voz, 03 de abril de 2016.
El intestino es el segundo cerebro. Cada vez hay más evidencias que apuntalan esta línea de investigación, pero nunca hasta ahora se había planteado la posibilidad real de que el tratamiento y la prevención de una enfermedad cerebral como el ictus podría favorecerse desde el órgano que está situado justo debajo del estómago. La clave está en la amplia y diversa comunidad de bacterias que conviven en el, la microbiota intestinal, cuya alteración de su composición para promover las que activen las células del sistema immunológico confiere una protección para prevenir el accidente cerebrovascular. Es una innovadora estrategia especialmente útil para los pacientes de alto riesgo, como los sometidos a cirugía cardíaca o aquellos que tienen múltiples vasos sanguíneos obstruidos en el cerebro.
De momento es una propuesta, pero que esta hipótesis pueda llegar a convertirse en una realidad es algo que ha probado en un modelo con ratones un equipo de científicos liderado por la Universidad de Cornell (Estados Unidos). El trabajo, publicado en Nature Medicine, tiene entre sus principales autores al investigador gallego David Brea López, formado en la Universidade de Santiago en el equipo de José Castillo.
Los investigadores alteraron el equilibrio de la microbiota intestinal -que también tiene una importante función en la regulación del sistema inmune- de los animales mediante antibióticos, lo que provocó una disminución de las células proinflamatorias y un refuerzo de las antiinflamatorias, los linfocitos T, un tipo de células inmunológicas. De esta forma, los ratones que fueron tratados durante dos semanas con antibióticos y a los que se les indujo un infarto cerebral presentaban un 60 % menos de daños que aquellos que no habían recibido el medicamento.
Migración a las meninges
Tan importante como este beneficio terapéutico fue la comprobación, realizada por primera vez, de que las células del intestino tienen la capacidad de migrar hacia las meninges, las membranas que recubren el cerebro y la médula espinal. «Que existía una comunicación intestino-cerebro era algo que se sabía, pero nadie había visto antes que las células del intestino pudiesen migrar al sistema nervioso, que las células intestinales se comuniquen con las de la meninge», explica David Brea, científico en el Instituto de Investigación Cerebro y Mente de la Universidad de Cornell, donde lleva tres años trabajando.
«Nuestro experimento muestra una nueva relación entre el cerebro y el intestino», constata Josef Anrather, otro de los autores del estudio, en el que también colaboró el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York. A su juicio, la microbiota intestinal debería formar parte del «pronóstico de accidente cerebrovascular, lo que afectará la forma en que la comunidad médica considere el accidente cerebrovascular y defina su riesgo».
El director de orquesta
De una forma parecida se pronunció otro de los miembros del equipo, Constantino Iadecola. «Uno de los hallazgos más sorprendentes -dijo- fue que el sistema inmunológico redujo el impacto de los accidentes cerebrovasculares al orquestar la respuesta desde fuera del cerebro, como un director que no toca un instrumento, pero da instrucciones a los demás músicos, lo que en última instancia crea la música». Lo que en realidad ha hecho el equipo es abrir una nueva línea de investigación desconocida, pero para la que aún queda mucho trabajo por delante. «Lo que tendremos que hacer ahora es identificar cuáles son las bacterias de la microbiota intestinal que facilitan este proceso de activación del sistema inmunológico. Una vez que lo consigamos podríamos definir qué tipo de estrategias podríamos desarrollar», apunta el investigador de Santiago.
Las posibilidades que se barajan están enfocadas hacia la prevención del ictus, lo que podría lograrse con alimentos probióticos que refuercen los microorganismos beneficiosos para este tipo de enfermedades, la implementación de dietas adecuadas o incluso la aplicación de trasplantes fecales para pacientes que hayan sufrido un infarto cerebral.
«Para nosotros, esta investigación supone un hito importante», advierte David Brea.
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