Paco Rego, Gabriela Balarezo / El Mundo, 20/04/2016
A partir de su muerte, entre basuras y solo, reconstruimos el extraño caso de José Ángel Taboada / XOAN CARLOS GIL |
"Yo soy como el jabón, lo que piensen de mí me resbala". Y José Ángel lo cumplió a rajatabla. Le resbalaba al Diógenes de Alcabre, antaño pueblo de celtas, que algunos le tacharan de "mala persona" o de tipo "raro". Lo era.
Como el griego vagabundo aquel, que dormía en los pórticos de los templos envuelto únicamente en su manto y tenía por vivienda una tinaja, el misterioso vigués decidió pasar los días a dos velas, en una casa sin luz, sin agua, completamente solo. Entre montañas de maletas rotas, marcos gastados, ruedas, alambradas, restos de sillas... "Todo le valía", cuentan los vecinos de la Garita, la calle donde habitaba desde hace 10 años. Llevaba tiempo el hombre con el síndrome de Diógenes a cuestas. Y en absoluto parecía importarle. Al contrario. "Soy una persona feliz, muy feliz", escribió en su delirio.
Rodeado de la basura que cada noche, en bicicleta, recogía de los contenedores, José Ángel Taboada, 51 años, fue construyendo una mitad de su miserable vida. La más visible, la que todo el pueblo sabía. La otra, menos conocida y aparatosa, la vivía con pasión en Facebook.
Combo con las imágenes de José Ángel en distintas edades de su vida, que terminó a los 51 años. E.M |
Falto de amistades, esquivo y de escasas palabras, Taboada encontró en las redes sociales el universo que aparentemente ansiaba. Se inventó un alias y empezó a llamar la atención. Colgó la imagen de un espermatozoide y debajo se presentó: "Una foto mía, muy vieja". Era ingenioso. En otra instantánea, tras los recientes atentados de París, escribió en lo alto de una postal de la Torre Eiffel: "Ora por París"...
Y así, entre lazos negros de solidaridad, mensajes de amor y paisajes bucólicos de su tierra, José Ángel se fue haciendo un nombre. Lo que el mundo real le había negado, se lo dio el mundo virtual: le seguían 3.544 amigos en Facebook.
A ninguno llegaría a conocer físicamente. Eran amigos ficticios. Todos. También él, cupidoworld. Nadie -o casi nadie- sabía que detrás de este nombre de guerra había un solitario, hijo único, huérfano de padre y madre, que soñaba con perderse algún día en una isla desierta del Pacífico, un tipo al que algunos de sus más fieles seguidores consideraban "un líder". Lo más sorprendente, sin embargo, se lo había callado.
Aunque rodeado de inmundicias y tras haber perdido los 400 euros de ayuda social que recibía (se le había agotado el paro), el Diógenes de Alcabre no era pobre. Era dueño, al parecer, de varios inmuebles, herencia de sus padres, nacidos en el pueblo, entre ellos la vivienda con finca en la que vivía y un edificio. Y dicen que podría haber más.
Desde su casa, donde las ratas engordaban y los piojos iban de una habitación a otra saltando por las ropas sucias amontonadas en el pasillo, José Ángel divisaba los atardeceres de la playa de Samil, la más grande y popular de Vigo, y las Islas Cíes a lo lejos. Quién sabe si ese paraíso en medio del Atlántico fue lo último que vio antes de irse. El miércoles lo enterraron en una fosa de beneficencia. No hay nombre ni cruz en su tumba de arena. José Ángel Taboada ya sólo es un número, el 113, del camposanto vigués de Pereiró.
Lo encontraron muerto en la vivienda, encajonado entre kilos de basura. No hubo tiempo para despedidas. Su Facebook enmudeció para siempre el Viernes Santo.
Ese día, a las 10:10, Taboada puso el último mensaje. Era de poco madrugar y aquella mañana, antes de salir para Vigo, hizo una ronda por el mundo virtual. Intentó contactar con una amiga, Dori Macía, una canaria con residencia en Tenerife. "¿Estás despierta?", le escribió. Era frecuente que José Ángel se sincerase con la mujer que meses antes, en octubre del año pasado, había aceptado su amistad por Facebook. Al ver que no recibía respuesta, él optó por enviarle un WhatsApp diciéndole que ya la llamaría.
Dori esperó una hora, dos, tres... La noche la pilló en vela. Ella lo intentaba desde su teléfono. "Creí que se había quedado corto de crédito", cuenta la mujer a Crónica desde la isla. Era frecuente en el gallego. Así que la tinerfeña buscó una tienda y le recargó con 10 euros el móvil. Nunca tuvo respuesta. Sólo silencio.
Ella hablaba y chateaba todos los días con José Ángel y aquella ausencia empezó a preocuparla. Al día siguiente, sábado 26 de marzo, colgó un aviso en Facebook dirigido a todos los conocidos del vigués. Les preguntaba por su paradero o si alguien lo había visto. "Tantos amigos y nadie respondió", se indigna Dori. Ella sabía que José Ángel empezó a torcerse de verdad al quedarse sin madre. Hasta entonces se había buscado la vida con tres empleos en Vigo. En el economato de Citroën, después como taxista y finalmente haciendo de portero en una comunidad de vecinos. Sólo después de que se quedara huérfano volvió definitivamente a la casa familiar de la Garita, en Alcabre.
Al ver que ni su Facebook ni su móvil daban noticias, Dori decidió llamar a la parroquia del pueblo. Desde el otro lado del teléfono le prometieron que enviarían a alguien a la casa de su amigo. Nadie de la iglesia le devolvió la llamada.
Cuenta el párroco del pueblo, don José, que no era un feligrés de misa. "Venía por aquí, ayudaba en cosas del templo y se iba... Era una persona normal", asegura el sacerdote, reticente a dar más explicaciones. Ni cuando se le pregunta por el estado civil del vecino.
-Y yo qué sé si está casado.
-Usted es el cura y le conocerá bien...
-En esas cosas no me meto, buenos días -zanja el religioso.
El José Ángel que dibuja la canaria -"muy sociable" y "optimista"- nada se parece al hombre huraño y atrapado entre pilas de basura al que los bomberos tuvieron que rescatar tras su repentina muerte. [Las primeras impresiones de los forenses apuntan a un óbito natural]. "Era bromista y hacía gala de su agudo sentido del humor", recuerda quien fue su única confidente en los últimos meses. La precaria situación de José Ángel no le impedía soñar. "Hace ya tanto tiempo que no abrazo a alguien que ya no sé cómo se hace", dejó escrito. Y añoraba viajar a Tenerife para conocer a su chica de Facebook.
Lobo solitario, indigente... Nada de esto tiene sentido para Dori. Ella evoca a un hombre como cualquier otro. Que viajaba, casi todos los días, en bicicleta a Vigopara encontrarse con los amigos, para tomarse un café cortado, hablar de política... Eso le decía él. Era aquél que quería construir un huerto en su casa de Alcabre, el que asistía a las manifestaciones de los desahuciados... El que sobrevivía gracias a Cáritas. "Pienso que en un futuro voy a vivir bien", confesaría a su querida Dori.
Algunos vecinos de José Ángel dicen que llegó a enviudar y que es padre de una hija. Otros hablan de que nunca se le conoció pareja ni tuvo descendencia.
El miércoles sólo dos mujeres vestidas de negro fueron a despedirlo a su tumba sin nombre. La número 113.
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