Rita Alvarez Tudela / E. La Voz, 27 de octubre de 2015.
Están en un lugar especial, en Londres. Vinieron aquí por primera vez hace solamente dos años y se sintieron «como principiantes», algo difícil de imaginar para un grupo como Los Suaves, que no ha dejado de llenar estadios a lo largo de toda la geografía española durante más de tres décadas. «Fue una historia muy bonita», cuenta Charly, el bajista, encantado con el local donde acaban de probar el sonido. «Yo soy más de estos conciertos, de poder tocar la mano del que está al pie del que está cantando», explica en los camerinos con una chaqueta con la mítica placa del gato con el nombre de la banda y el de Ourense.
Precisamente en la primera fila Charly toca la mano de Ángel Pasamar, natural de Novallas, un pueblo de 900 habitantes en Zaragoza y que ha ido a más de diez conciertos de Los Suaves en lo que va de año. Atrás quedan actuaciones memorables de Los Suaves como la de Riazor con 80.000 personas y otras para cuatros gatos, donde la gente iba en tractor pero derrochaban la misma emoción.
«Los estadios son para el fútbol, la esencia del rock & roll está en lugares oscuros, en las catacumbas», defiende Charly. Es la esencia del sudor, del estar pegado a alguien y del vibrar con las voces cuando se cantan las canciones. Quiere llevar el nombre de Galicia por el mundo y sumarse a los inmigrantes, explica el bajista mientras dice estar sorprendido de todos los gallegos que se ha ido encontrando por la calle desde que puso un pie en suelo británico.
Una de ellas está en la sala. Es Cristina Feijoo, natural de Vigo y que trabaja en Londres. «Los escucho desde que tenía 15 años, pero es la primera vez que voy a uno de sus conciertos. Me revive muchos recuerdos», admite Feijoo, quien no termina de creerse que vayan a retirarse: «Seguro que lo dicen porque así venimos todos, pero volverán como hicieron los Rolling Stones».
Una banda -la de Richards y Jagger- de la que precisamente los ourensanos fueron teloneros en el Xacobeo de 1999. Sobre aquel día Charly apunta: «Nos dieron 54 minutos, pero dijimos: ?pues vamos a tocar 52?». Ahora la banda pone el punto y final a su trayectoria con una gira donde la emoción y los recuerdos se apoderan de los músicos cuando piensan que es la última vez que tocarán en tal sitio. «Decir adiós no fue locura, fue algo muy hablado, nos toca», advierte Charly, comparando la situación con la de una familia donde el hijo dice: «Papá, retírate y déjame el negocio, que ya está bien, vete a dar una vuelta por ahí».
Prometen no abandonar la pasión por la música y se van orgullosos de irse en la cresta de la ola. «Ojalá que nos recuerden con palabras que se han perdido en la sociedad como honradez, coherencia, ética y moral. Hoy das un apretón de manos y tienes que contar los dedos y antes un apretón de manos era de verdad», dice Charly. El bajo de la banda cree que dejan el testigo en manos de buenos músicos y grupos, aunque sigue lamentando que no haya infraestructuras, ni apoyo de las instituciones y los medios de comunicación. Ya en el escenario se despiden de una generación al ritmo de «Y se van, y se van, y se van, qué hacer cuando los sueños se van».
No hay comentarios:
Publicar un comentario