«Human» también trata de mostrar la desigualdad, el dolor, los estragos de un sistema supeditado a la economía, con la guerra como una de sus consecuencias Anxo Fernández / La Voz, 27/08/2016
La cámara de Yann Arthus-Bertrand abre con unas tomas aéreas (un dron, se supone) de una sensibilidad en la línea de su prestigio como fotógrafo y documentalista. Un recurso de estilo que asomará por todo el metraje (para salas, dos versiones de dos horas y media, junto a otra superior a tres, y casi cinco horas para home cinema), a modo de balizas para los diferentes bloques con testimonios anónimos sobre la familia, el amor, la sexualidad, la muerte, la violencia, la guerra, la pobreza, en fin, para concluir en el mantra de la vida como el bien más preciado. Aunque, en el fondo, Human también trata de mostrar la desigualdad, el dolor, los estragos de un sistema supeditado a la economía, con la guerra como una de sus consecuencias. Quien fuera presidente de Uruguay, José Mujica, que regala una frase lapidaria, «la vida no se puede comprar, la vida se gasta», idea que de alguna manera se pasea simbólicamente por el conjunto de un filme que, sin embargo, no parece responder a una estructura premeditada, más allá de ser los propios testimonios quienes van enlazando cada tema concreto.
No hay títulos, no hay nombres. Asistimos a una diversidad de razas, de lenguas y de modus vivendi para concluir que todos somos tan distintos y plurales, pero al mismo tiempo tan iguales, pese a que la mayoría de testimonios (seleccionados entre más de dos mil, todos sobre fondo neutro, priorizando sus miradas y solo a ratos con el recurso a la voz en off) y las imágenes de la naturaleza mediatizada por la actividad humana, proceden del llamado Tercer Mundo. El director francés ya nos obsequiara con piezas memorables como Home (2009) y Terra (2015), pero en esta ocasión se supera en su simbiosis de reflexión y belleza plástica (voluntad también presente en la elección de los rostros, auténticos mapas faciales), o si se prefiere, una sinfonía de luces, colores y voces al servicio de la emoción. Sin duda, la imagen y la palabra conservan intacta su facultad de convulsión. Realmente una gozada, aunque duela.
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