Mónica Torres / LA VOZ 24/08/2016
Quien quiera conocer la evolución de las bicicletas, desde las artesanales que se fabricaban en el año 1925 hasta las de nuestros días, puede acercarse a Nigrán. Una muestra recoge desde ayer la historia de los velocípedos gracias a aportaciones privadas. La mayoría son de Luis Molist, un vecino de A Coruña, nigranés de adopción, que ha cedido temporalmente su inédita colección para fundar un museo. Él creó su santuario en un bajo de Praia América, donde ha veraneado durante más de medio siglo. Place des ciclistes reza el azulejo de acceso a ese espacio en el que Molist construyó su particular museo.
De ahí han salido esta semana los vehículos de todo tipo y decenas de objetos que cuentan la historia de este medio de transporte desde sus inicios. El coleccionista, que tiene 94 años de edad y ha recorrido unos 30.000 kilómetros pedaleando, muchos de ellos en las filas del Club Ciclista Vigués durante los 67 años en los que pudo practicar este deporte, regresó ayer con su familia a Nigrán para acudir a la inauguración de la exposición.Con ella, su segundo concello le rinde a la vez un homenaje. «Estoy feliz porque este es el trabajo de toda mi vida», aseguró emocionado al entrar en la sala acompañado por sus hijos y nietos. «Yo siempre quise que esta no fuera mi colección, sino la de toda la ciudadanía», dijo.
Con 13 años le pidió a su padre que le alquilase una para dar un paseo por A Coruña, pero fue hacia 1941, época en la que se prohibía circular los domingos por escasez de gasolina, cuando con el dinero que ganó empujando bidones en Campsa pudo comprar la primera para irse los domingos a Betanzos.
La muestra que forjó a partir de ahí suscita gran expectación, porque es la primera vez que se exponen al público joyas como una colección de faros, única en España según los expertos, con artilugios de vela de finales del XVIII y otros de carburo o acetileno hasta llegar a los actuales. Como comercial de Explosivos Río Tinto viajó por todo el mundo y en cada lugar buscó la pieza exacta para su colección, recuerda su hija Pilar. En el londinense de Portobello inició la singladura con la adquisición de dos faros de carburo.
En la muestra hay tres triciclos de dos plazas cada uno que llaman la atención. Están elaborados a mano en la India, Holanda y Pontevedra en la década de los 50. Justo al lado, hay un celerífero, cuya autoría reconoció el propio Molist. Es una reproducción exacta de una bicicletas del siglo XVIII, que construyó en el año 2007 con su hermano. Del techo del auditorio cuelga la última bicicleta que construyó. «La monté a principios de 1992 con el cuadro Vitus 979 y tubos de carbono kevlar unidos por racores de aluminio», describió él mismo. La colección abierta al público se completa con tres bicicletas Raleigh. Una es de 1925 y no tiene cambio de marchas, otra tiene tres y una tercera, freno de pedales. Además se expone una bici de 1926 que se empleó en la grabación de Los gozos y las sombras, ruedas con llantas de madera, el primer sistema de parches, sillines, publicaciones, vídeos o una muestra de la evolución en los cambios de marchas. «¡Cómo no me va a gustar la exposición si es lo que he soñado toda mi vida!», afirmó Molist, que dice sentir la misma predilección por todas sus bicicletas.
Su colección comparte espacio con la de Antonio Pino, apasionado de Orbea con más de 50 reliquias en su haber. Con motivo del 175 aniversario de su marca fetiche, presenta una selección de los años 60 y 80 (todas plegables) y varias Raleigh. Entre las piezas que más curiosidad despiertan hay tres velocípedos del siglo XIX en perfecto estado de conservación, prestados generosamente por Manuel Pazó.
La muestra hace también un guiño y homenaje a la popular serie Verano azul, de 1981, que cuenta con su propio espacio.
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