Bea Costa / la voz, 20 de febrero de 2016.
MONICA FERREIROS |
Cavan y plantan en la finca de A Golpilleira (Vilagarcía) para poder llenar la despensa y, de paso, han encontrado «una familia». Kirensk Marval, María José Rey, Tamara Guimarei, Kevin Santos, Ovidio Alfonso, Juan José Rodríguez, María José Rodríguez, Antonio Domínguez y José Luis Conde El abuelo conforman un equipo humano heterogéneo que confluyó por una circunstancia común: ninguno tiene trabajo y todos han llamado a la puerta de Arousa Solidaria.
Jesús López, Juan Carlos Maneiro y algún otro pusieron en marcha esta asociación hace un par de años para ayudar a quienes no tienen recursos, y lo están consiguiendo. Menos de las que quisieran, pero alguna alegría van llevando cuando logran encontrarle trabajo a alguno de ellos. Y mientras no lo consiguen, siempre queda la huerta como puro medio de subsistencia. Arousa Solidaria dispone de 7.500 metros cuadrados en A Golpilleira, donde crece de todo. Ahora mismo hay guisantes, coles de Bruselas, patatas, fabones, nabizas y fresas, y en cuanto arranque la primavera empezarán a cultivar tomates, pimientos, lechugas y lo que se tercie.
Aquí la cosecha es para quien la trabaja y gracias a eso, en casa de Kevin, María José, Toño y demás pueden comer todo el año verduras frescas sin tener que pasar por la caja del supermercado. De otra forma su dieta sería menos equilibrada.
Todos son parados de larga duración o pensionistas. José Luis El Abuelo dispone de 426 euros al mes, en años alternos. Es lo que le queda después de haber pasado parte de su vida embarcado. Pero la pesca ya no da para todos y los armadores prefieren contratar a mano de obra extranjera que les resulta más barata. Las pasadas Navidades, por fin, le hicieron un contrato en una depuradora de Cambados, pero le salió caro porque por tres días de cotización perdió los derechos adquiridos tras ocho años en el paro, y todo porque nadie le advirtió de que tenía que haber hecho un trámite previo en la oficina de empleo. En la misma situación se encuentra María José, que, con dos hijos a su cargo, subsiste a duras penas.
En A Golpilleira todas son historias de escasez. Ovidio cobra 365 euros al mes y paga 180 de alquiler y Tamara, una de las benjaminas del grupo con 19 años, tiene que hacer frente a un costoso tratamiento por haber sido trasplantada de hígado -700 euros al mes, calcula- y no tiene una fuente de ingresos. Cuenta con apoyo familiar, pero no es suficiente, de modo que se ha decidido a cruzar el umbral de A Golpilleira en busca de amparo.
Lo ideal sería que Suso le pudiera decir un buen día que han encontrado un trabajo para ella pero, entre tanto, siempre podrá contar con el apoyo moral de sus nuevos compañeros y el consejo especializado de Juan Carlos Maneiro, que es psicólogo de profesión. Y que nadie se olvide de «sachar». El término lo acuña un venezolano llegado hace un año a España siguiendo los pasos de su hermano, que tiene nombre de ciudad rusa, Kirensk, y que, poco a poco, empieza a entender el gallego y a los gallegos. Vivía en Caracas y practicaba atletismo de montaña. Nunca había cogido una azada en la mano, pero a todo se acaba acostumbrando uno, aunque cavar es duro, reconoce.
En A Golpilleira los brazos siguen siendo pocos y en la asociación piden ayuda. Si no es doblando el espinazo, bienvenidas son semillas, aperos de labranza o pollos, porque también tienen granja. De momento solo crían conejos, gallinas y pollos pero quizá llegue a haber cerdos y carneros. Desde luego El abuelo está por la labor, y espacio hay. Lo que falta es el dinero para construir una cuadra y para alimentar a los animales. La verdura de la finca y las sobras no llegan, y comprar pienso cada mes, para una asociación sin recursos fijos como es el caso, es toda una odisea. Y para colmo, todavía hay quien les roba. Cinco veces en el último año.
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