Carlos Cortés / la voz, 21 de febrero de 2016.
ALBERTO LÓPEZ |
Se sabe que el túnel excavado por los romanos en Montefurado para extraer el oro del Sil tiene cerca de 2.000 años. Lo que nadie está en condiciones de decir es cuánto tiempo más va a durar. Y puede que no sea mucho. «Estaba cuns amigos sacando fotos e vimos como se desprendía da parede do túnel unha placa de pedra que podía medir uns oito metros cadrados». La escena ocurrió hace cinco años y el que la cuenta ahora es Xosé Manuel Fernández, presidente de la asociación de vecinos Boca do Monte, el nombre que usan los vecinos de esta parroquia de Quiroga para referirse al que es, junto con las Médulas, el vestigio más valioso y monumental de la minería romana en el noroeste peninsular.
«El túnel romano de Montefurado se puede hundir en cualquier momento», advertía esta semana Juan Ramón Vidal Romaní, doctor en ciencias geológicas y director del instituto Parga Pondal. Decidió decirlo públicamente alarmado por la noticia de que una crecida de nivel del Sil había tenido saturado el túnel por completo durante días. Fue tal el volumen de agua que el río corría de nuevo por su cauce antiguo, el que secaron los romanos en el siglo II cuando excavaron una cavidad que hasta hace ochenta años medía unos 120 de longitud.
En 1934, el túnel sufrió un gran derrumbe en medio de otra riada. Se vino abajo buena parte de su estructura y cambió el aspecto de la salida, el lado opuesto al que ven los miles de automovilistas que pasan a diario por el túnel moderno, excavado a solo cien metros en los años setenta para la carretera N-120. Lo que pasó en 1934 lo dejó poco más o menos como se ve ahora, con 52 metros de largo y aproximadamente veinte de alto por veinte de alto.
Pero los vecinos de Montefurado saben que aquel de hace ochenta años no fue el único derrumbe. Los hay, como Xosé Manuel Fernández, que han sido testigos directos de otros más pequeños. Y quienes viven en Os Covallos o Anguieiros, los dos lugares de la parroquia de Montefurado más próximos a la Boca do Monte, están acostumbrados a despertarse de noche con el ruido de las rocas al caer en el agua.
Parece oxidada
Que el túnel no es estable lo saben los vecinos y también los expertos en geología o arqueología que se han preocupado por comprobarlo. Juan Ramón Vidal Romaní asegura que la roca de las paredes se ve «bastante deshecha y oxidada». Al fin y al cabo tiene diecinueve siglos y está excavado en pizarra. Si se tratase de granito o cualquier otro mineral más resistente podría aguantar mejor.
Así que su deterioro no es sorprendente. Menos comprensible resulta que no haya ningún estudio técnico que evalúe en profundidad el estado de un yacimiento arqueológico de esta envergadura. No valdría mucho más de 12.000 euros y podría bastar con dos semanas de trabajo, así que si no lo hay no es porque sea caro o complejo de realizar.
Lo que no está claro es qué se puede hacer una vez calibrado su auténtico estado de conservación. Por encima pasa una carretera de uso local. Supone poco tráfico, pero las vibraciones de los coches son un problema, así que cerrarla podría ayudar. Pero el mayor factor de desgaste es la fuerza del río. Vidal Romaní propone explorar otro tipo de gestión, más cuidadosa con las avenidas de agua, en los embalses de la cuenca del Sil. Al fin y al cabo, a poco más de cuatro kilómetros río arriba del túnel hay una central hidroeléctrica, la de San Martiño, gestionada por Iberdrola.
Aunque puede que tampoco esto sirva de gran cosa. Juan Antonio Añel es físico e investigador de la Universidad de Vigo y tiene a punto de publicar un trabajo sobre los efectos medioambientales de los embalses del Sil. No ha estudiado en concreto el túnel de Montefurado, pero asegura que en general las presas «no han cambiado el flujo natural del río». Y, en concreto, la de San Martiño todavía menos. «Es relativamente pequeña y su ratio de retención es cercano a uno, lo que quiere decir que libera la misma agua que recibe y no tiene capacidad reguladora del caudal», dice Añel.
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