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domingo, 24 de julio de 2016

El placer de navegar entre delfines a la luz de la luna llena

El Liceo ofrece la posibilidad de disfrutar de la puesta de sol en un velero en compañía de los arroaces
Antonio Garrido, 24 de julio de 2016. 
La cita es a las 20.30 en el muelle de Pasajeros. La puntualidad es importante porque no sopla demasiado viento y la ruta hasta la punta de A Illa puede alargarse más de lo deseado. El objetivo, ver la puesta de sol y la salida de la luna en medio de la ría, con la compañía de algún cormorán y con el único ruido de las olas golpeando sobre el casco. El Liceo Casino ofrece la posibilidad de navegar entre delfines a la luz de la luna. Es una sensación espectacular, uno de esos potenciales turísticos que nadie comprende cómo están desaprovechados.
Con Chuco Peréz-Lafuente al mando de las operaciones partimos hacia las entrañas de la ría de Arousa. Poco después de abandonar la dársena despliega la vela mayor, apaga el motor y se acaba el ruido. Sorprende la ausencia de barcos en el mar. Apenas dos motoras que parecen volver de la playa y un par de cruceros. En pleno julio y en un día como el del pasado miércoles, espectacular para practicar el deporte de la vela. Nos acercamos al canal y vemos las primeras aletas. Son los arroaces, los delfines que pueblan las aguas de la ría. Nos dan la bienvenida con un par de saltitos y desaparecen sin dejarse fotografiar. Volveremos a encontrarlos.
Avanzamos hacia A Illa de Arousa. No hay demasiado viento pero el barco, de ocho metros de eslora, avanza a buen ritmo. Chuco conoce la ría a la perfección y maneja la embarcación sin problema mientras enciende un cigarrillo tras otro. Le gusta el mar y tampoco entiende cómo es posible que esté tan desaprovechado un recurso turístico de esta magnitud. Turístico y deportivo. No se lo explica. Pone como ejemplo a Suiza y los esquiadores. La conclusión es que también en el deporte, como a la hora de pensar las ciudades, vivimos de espalda a la ría.
Llega la hora del ocaso. El sol se pone tras la sierra del Barbanza. La imagen es espectacular y ni siquiera las nubes que quieren también tener su protagonismo, pueden enturbiarla. Estamos en el medio de la ría. Desde aquí podemos divisar ambos márgenes a la perfección. Solo Cambados y Rianxo quedan fuera de nuestra alcance. Sálvora se ve sin problemas.
Esperamos a la luna, pero Catalina se hace de rogar. Hasta que una bola roja, enorme, comienza a divisarse entre los árboles de A Illa. Chuco consigue llevar el barco y estabilizarlo para que Martina pueda captarla justo encima del faro de Punta Cabalo. Toca regresar, pero aún faltaba una sorpresa más.
La respiración de los arroaces
Más o menos donde los vimos la primera vez vuelven a aparecer los arroaces. El sonido que hacen cuando expulsan el agua es espectacular. A pesar de que ya es noche cerrada, la luz de la luna permite ver sin problemas sus cabriolas, poderosas cabriolas. Nos acompañan durante unos veinte minutos. Cuando nosotros aflojamos la velocidad porque el viento escasea, ellos también. Nos esperan. Da la impresión de que nos vacilan, en realidad. No son los únicos a los que nos encontramos. Por allí andan también los barcos del xeito. En realidad, delfines y pescadores buscan lo mismo. Y ya se sabe: «arroaces na ría, moita sardiña».
Apuramos el tramo final de la travesía. Toca plegar velas y volver a encender el motor para entrar de nuevo en el muelle de pasajeros. Cae rocío y baja la temperatura pero no enfría las sensaciones de lo que acabamos de disfrutar. Han sido cinco horas de una experiencia mágica y tan cercana, tan accesible, que parece increíble que haya sido nuestra primera vez. O no. Hay muchos vilagarcianos, muchísimos, que nunca han pisado la isla de Cortegada. Un parque natural a la puerta de casa. Es cierto, esto no es Suiza.

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