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domingo, 13 de septiembre de 2015

«Toma un bombón, Isabel... ¡y que no se entere Miguel!»

Una década antes de que internet asomase la nariz, Ruíz Mateos creó, sin saberlo, la figura del «comunity mánager» y las «campañas virales». José Luis Galiacho, uno de los que más saben de él, nos lo cuenta.
Jesús Flores   13 de septiembre de 2015.
Hoy en día, las protestas que José María Ruiz Mateos organizó tras la expropiación de Rumasa, en 1983, se etiquetarían dentro de una campaña viral en toda regla aprovechando al máximo las nuevas tecnologías. Hagstags como @boyeralacárcel o @justiciapararumasa se repetirían en millones de cuentas de Twitter y sus vídeos de Supermán coparían los primeros puestos de You Tube. En esta moderna reescritura de su vida nunca faltaría, desde luego, alguna de sus andanzas en las listas de las diez noticias más leídas de los medios digitales. E imagínense a María Patiño y Kiko Matamoros discutiendo del asunto de turno en el Deluxe. El periodista Juan Luis Galiacho, autor entre otros del libro Isabel y Miguel, 50 años de la historia de España, va más allá en esta nada atrevida teoría: «Cada fechoría suya sería actualmente un auténtico trending topic». Galiacho establece un cierto paralelismo entre Isabel Preysler y el fundador de Rumasa: «Ella fue la primera dama mediática de la beautiful people española y él el primer famoso mediático, por así decirlo, de los grandes casos de corrupción». Se acercan, de esta manera, dos personajes que acabarían finalmente unidos en aquel anuncio de chocolates Trapa en el que Ruiz Mateos, ya bregado en sus papeles como actor (¡hasta de Superman!), le decía a su compañera de cena: «Tómate un bombón, Isabel... ¡y que no se entere Miguel». Corrían los primeros años noventa y, aunque aún no había smartphones y la mayor novedad que ofrecían los ordenadores era el disquete en tamaño pequeño, toda España reía al unísono la ocurrencia. «Imagínate todo esto en un mundo hiperconectado como el actual», apunta José Luis Galiacho, doctor en Ciencias de la Información, y profundo conocedor del empresario jerezano, fallecido esta semana, puesto que tuvo la ocasión de entrevistarlo en varias ocasiones y recabó mucha información sobre él a través del trabajo de campo que tuvo que hacer para otros de sus libros, como Jesús Gil y Gil, el gran comediante, Filesa, las tramas del dinero negro en la política; o Miguel Durán: del cielo al abismo. En su libro Isabel y Miguel dedica un capítulo entero a las andanzas del fundador de Rumasa, a quien define como «un personaje generoso, que hacía regalos de Loewe, daba buenas propinas, sufrió la traición del Opus Dei para que el Gobierno no tocase el Banco Popular y chocó de fente con la soberbia de Boyer». 
El creador del circo
En realidad, según recuerda Galiacho, el mérito de José María Ruiz Mateos fue contratar a Javier Sainz Moreno, un abogado que irigió la estrategia publicitaria de sus protestas «y supo focalizar en Miguel Boyer» esta campaña. Todas las apariciones públicas de Ruiz Mateos que forman parte del imaginario colectivo de millones de españoles (el que te pego leche al novio de la Preysler, lo del traje de Superman, la huida de los juzgados con un disfraz...) habrían nacido, en la mente de este profesor de Derecho Financiero, curiosamente un apasionado el mundo del circo, sobre el que escribió varios libros y que desde luego recreó en muchas de las andanzas públicas de Ruiz Mateos. Y que logró fabricar, en medio del escándalo, una imagen de credibilidad de buen gestor atacado por intereses políticos que en gran parte hizo posible que el empresario volviese a fabricar un imperio después de la primera caída. Incluso intentó, aunque esto ya fue demasiado, que el Gobierno de Aznar lo indemnizase por la expropiación de Boyer. «Pero no nos engañemos, Ruiz Mateos era por sí mismo un empresario muy listo que además sabía utilizar su poder»: Galiacho asegura que, en una ocasión, ya con Nueva Rumasa en lo más alto, sus hijos Zoilo y José María se presentaron en la cadena de radio donde él trabajaba -y en la que los Ruíz Mateos habían inyectado una cuantiosa cantidad de dinero- para impedir que se denunciasen las nuevas tropelías que la familia estaba cometiendo. «Ahí fuera hace mucho frío», asegura el periodista que le dijeron a los directivos de la emisora. Y su programa, que acababa de estrenarse, fue suspendido. Por otra parte, el nuevo escándalo tardó en saltar a la luz porque el valor de los pagarés, con un importe mínimo de 50.000 euros, no cotizaban y se escapaban al control de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Después de la experiencia negativa con los bancos, en la primera Rumasa, Ruiz Mateos se lanzó a una vieja estrategia que ya había dado lugar al escándalo Filesa y que acabó convirtiéndose en una suerte de estafa piramidal.
Micrófonos ocultos
En esta época, los hijos (a las mujeres de la familia siempre se las ha tenido apartadas de la primera línea del negocio) ya comenzaban a tomar decisiones de cierto calado, siempre bajo la supervisión del padre, aunque a partir del 2004, cuando se le detecta el Párkinson, la delegación de José María Ruiz Mateos en su prole masculina es mayor. Eso sí. Juan Luis Galiacho asegura que llegó a colocar micrófonos ocultos en la cocina del casoplón famliar de Somosaguas para espiar las conversaciones de sus hijos con su madre y evitar que se tomaran decisiones que él no quería. Quizás allí pudo escuchar como su hija Patricia le decía a Teresa Rivero que prefería que su padre usase el millón de euros que le había dado su marido para liquidar la hipoteca de su vivienda en vez de meterlo en Nueva Rumasa. La llamda táctica del helicóptero (mover el dinero de un lado para otro para evitar que se pueda rastrear fácilmente, como hacen los trileros en los parques públicos, debía seguir su camino). En este sentido, Juan Luis Galiacho asegura que los Ruiz Mateos tienen al menos doscientos millones de euros en el extranjero, producto de la venta de bodegas y hoteles, entre otros negocios; y recuerda como el juez Ruz encontró otros trescientos millones de la familia en un banco de Suiza cuando estaba rastreando las cuentas de Barcenas. Teresa Rivero, que tiene previsto instalarse definitivamente en el Puerto de San María, no tendrá problemas económicos, aunque la depresión que sufre tiene su razón de ser. 

Borrón y cuenta nueva

Porque en los últimos años, y a pesar de las apariencias, el distanciamiento entre ella y su marido era prácticamente el que mantiene una pareja separada. Eso, a pesar de que tras los escarceos amorosos que Ruiz Mateos tuvo tras salir de la cárcel, su mujer hizo borrón y cuenta nueva, pero el escándalo público de una supuesta hija sin reconocer -que esta semana retrasó la inhumación del cadáver, para poder hacer las pruebas de paternidad- y la nueva debacle económica pesaron demasiado en las fuertes convicciones religiosas de ella. Ya no valían las recomendaciones que le daban sus directores espirituales desde el Opus, con consignas que la invitaban a tomar los contratiempos como una prueba de fe. Juan Luis Galiacho recuerda que, tras cumplir condena en Alemania y sentirse tracionado por el Opus en el proceso de expropiación de Rumasa, Ruiz Mateos se lanzó a la vida loca. El periodista y escritor recomienda un repaso a las hemerotecas de la época para encontrarnos con portadas como la de la revista Panorama (curiosamente entonces propiedad de Berlusconi) que titulaba: «Casanova Ruiz Mateos: una keniata, su última conquista. En 2006, su supuesta hija número 14, la mexicana Adela Montesdeoca y su madre, Patricia, presentaron una demanda para que le fuera reconocida su filiación con el empresario; y esta misma semana la que fuera su secretaria personal, Marta González, volvió a la carga con la supuesta relación sentimental que tuvieron y aseguró que Ruiz Mateos había sido el hombre de su vida. Demasiado para Teresa Rivero, a pesar de que «para entretenerla», como asegura Juan Luis Galiacho, le dieron la presidencia del Rayo Vallecano y hasta la pusieron en un anuncio del Flan Dhul. Pero la estrella de los títulos de crédito de esta historia familiar que quizás algún día sea llevada al cine era José María Ruiz Mateos: «Tómate un bombón, Isabel... y que no se entere Miguel».

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