Nunca fui a Riazor
Aunque lo parezca, juramos que no es una broma. A sus 34 años Manuel Villaviciosa, nacido en A Coruña y vecino de O Temple, nunca ha clavado la sombrilla en la playa de Riazor. Tanto es así, que la primera vez que pisó la arena lo hizo para la foto que ilustra este reportaje. De no ser por YES seguiría sin bajar porque, sencillamente, no entraba en sus planes.
«Nunca se me dio por ir allí», confiesa Manuel, que no obstante sí que se acercó alguna vez a los arenales de la zona. «Hace muchos años, igual diez o más, sí que me bañé un día en el Orzán. Pero en Riazor, nunca», asegura. Y no se trata de que no le guste la arena o de que el agua esté demasiado fría. Para nada. Lo suyo trasciende a todo eso, y es que este coruñés se define como un hombre de campo que rara vez cruza el puente «del Pasaje» en lo que a ocio se refiere. Sí que tiene que acercarse a diario hasta A Coruña, ya que es donde trabaja y no le queda otro remedio. «Lo mío es el verde, allí es donde soy feliz. Por eso voy poco por el paseo marítimo», indica.
Manuel se parte de la risa mientras narra sus más y sus menos con la ciudad que le vio nacer. Porque lo suyo tiene aún más delito: «Tampoco subí a la torre de Hércules», revela insistiendo en que «de verdad que no se dieron las circunstancias». Ahora ya puede decir que bajó a la playa de Riazor, y lo de la Torre no lo descarta. «Es posible que suba, pero las dos o tres veces que fui estaba llena de gente», indica.
Soy de Coruña y nunca fui a la Torre de Hércules
«En 33 años no subí, y no tengo trazas de hacerlo»
No subió ni cuando sus familiares llegaron desde Venezuela dispuestos a conocer la leyenda de Breogán. «Vinieron y nos acercamos varios hasta la torre de Hércules», dice Julián Veiga, un coruñés de pro que vive en Elviña, pero que sigue resistiéndose a las escaleras del faro romano. «Ellos subieron, pero yo me quedé abajo», apunta. Estaréis preguntándoos cuál será la razón de tanta reticencia. No, no es el miedo a las alturas. Tampoco se trata de una cuestión metafísica. Simplemente, mantiene que «no se dio el caso».
Y eso que Julián está acostumbrado a eso de padecer las escaleras, porque vive nada más y nada menos que en un octavo y cuenta que «
cuando se va la luz, hay que subir a patas». Es decir, que solo hace el esfuerzo por obligación o cuando es absolutamente necesario. Por eso de todas las veces que pasó por la Torre, que fueron varias, ninguna tuvo intención de recorrerla por dentro para disfrutar de las vistas.
«En treinta y tres años que tengo no subí, y la verdad es que no tengo trazas de hacerlo», sentencia divertido este coruñés, que además añade: «No me llama especialmente». De hecho, dice con claridad que tampoco le quita el sueño la posibilidad de hacerlo más adelante: «Ni siquiera sé si cobran por subir, pero si cobran todavía menos», apunta. De momento, está claro que seguirá viéndola desde abajo.
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