Jorge Casanova / LA VOZ, 15 de julio de 2015.
Cuenta Gonzalo Fernández que, cuando llegó a Holanda, como a tantos otros, le impresionó la enorme cantidad de bicicletas que se veían por la calle. «Es impresionante. Hay hasta atascos», dice. A cualquiera, el hecho no le hubiera sugerido más que un comentario. Pero a él, que está estudiando un grado que se llama Liderazgo emprendedor e innovación, aquella invasión de bicicletas le sugirió otra idea: negocio. Y se puso a darle vueltas al asunto. Hoy, junto con otros tres compañeros, tiene en marcha una empresa que le produce algunos beneficios y mucha satisfacción.
Cuando una bicicleta queda mal aparcada en Holanda, las autoridades la recogen. Si en dos meses nadie la reclama, la destruyen. Gonzalo y sus colegas pensaron que podían hacer algo mejor con ellas. Así que se las compran al Gobierno y las arreglan. No lo hacen ellos, sino que delegan los trabajos de reparación en empresas de integración social y utilizan recambios originales. Cuando están listas, las bautizan con nombres tan llamativos como Paul Newman, Louis Armstrong o Rockefeller, y las ofrecen a través de su página web beciclos.com a precios que van desde los 150 a los 250 euros. Todas las bicis tienen nombre. «Se trata de que el comprador le dé una nueva oportunidad a la bici. Le contamos su historia como si participase en un proceso de adopción», dice Gonzalo.
Y el asunto funciona porque, poco a poco, Beciclos ha ido creciendo hasta hacer preciso el alquiler de una nave de 1.500 metros cuadrados donde almacenan las bicis que arreglan y colocan por media Europa con envíos en menos de cinco días. «La mayoría las vendemos en España. En Madrid, el País Vasco, Barcelona. Algo también en Galicia. Pero también enviamos bicicletas a Inglaterra y muchas a Francia», explica este jovencísimo empresario que tiene 21 años: «Estamos vendiendo entre cinco y diez bicis a la semana. Nuestra ambición es llegar a veinte». Afirma que los beneficios son escasos, «porque los márgenes están muy ajustados». «Queremos ser muy transparentes con el valor real de las bicicletas», dice.
El éxito de su empresa no le ha impedido seguir atento a sus estudios, que desarrolla en Ámsterdam. Ahora mismo está en tercero, así que aún le queda un año. ¿Qué hará cuando termine? «Bueno, tengo pendientes otros proyectos. Depende de cómo me vaya este», afirma. Según cuenta, su otra pasión es el surf, y ya le está dando vueltas a alguna iniciativa relacionada con el deporte de la tabla: «Yo diría que sí, que falta un poco de iniciativa por parte de la gente joven, aunque afortunadamente cada vez hay más. Los estudios que hago te empujan a eso, a lanzarte al desarrollo de tus ideas». A él, dice, lo que le gustaría es poder trasladar a España la cultura ciclista de los holandeses. Un objetivo mayúsculo, pero por algo se empieza.
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