María Hermida / LA VOZ, 27/01/2017
RAMON LEIRO |
Debe ser cosa del nombre. Así como fue un tal Alejandro o Alexandre de Fisterra el que se hizo famoso por inventar el futbolín, en Pontevedra hay un Alejandro, en este caso Fernández, bien conocido por sus invenciones en piedra. Sí. Porque lo que hace técnicamente se llama artesanía, cantería o escultura pero en la práctica también son grandes inventos. Basta con acercarse hasta donde tiene su taller y vivienda, a escasos metros del hospital de Montecelo, para descubrirlo. Allí hay, por ejemplo, un proyecto de hórreo chill out. Se trata de una estructura de piedra con el diseño y la forma de los tradicionales espacios para guardar el maíz pero destinado a otros usos y, ojo, con dos plantas, bajo y primer piso, al que se accede por unas escaleras de madera y piedra: «Este es un hórreo distinto, para disfrutar de él. En el bajo tengo una bodega y guardo vino, conservas y cosas así, y el primer piso lo reservo para poner unas butacas y un sofá que da masajes. Tiene unas cristaleras y unas vistas preciosas, y lo que busco es sentarme ahí y relajarme. Pero todavía no lo tengo terminado», explica Alejandro con la sonrisa puesta.
A Alejandro no le cuesta mucho dejarse querer y contar cómo se hizo cantero y artesano. No le viene de cuna tallar la piedra. De hecho, él nació y se crio entre tebeos, periódicos y revistas. Los vendían sus padres en el negocio familiar, un quiosco ubicado a tiro de piedra de A Peregrina. Vivía entonces él y su familia en la calle San Román, cerca de donde estaba una antigua cuchillería. Dice que de cuando en vez le tocaba trabajar en el quiosco, y que no le gustaba en absoluto: «No me tiraba lo de vender, yo siempre fui más creativo». Casualidades de la vida, esa vena artística suya explotó cuando estaba haciendo la mili: «Yo estuve con Cruz Roja e íbamos a ayudar al catedrático de Dibujo José Roselló, fue él quien me habló de la escuela de canteros y me animó a ir a verla», indica. Corrían entonces principios de los ochenta y la escuela acababa de empezar a andar -comenzó su actividad en el monasterio de Poio en 1979-. Alejandro señala que le gustó desde primer día sacarle formas a la piedra. «Vi que era lo mío enseguida», recuerda.
Su comienzo en solitario
Tras obtener el título, trabajó en distintos talleres de cantería de la ciudad e incluso hizo sus pinitos en Portugal, en una empresa de mármol. Luego, decidió emprender viaje empresarial en solitario. Abrió un taller y su actividad llegó a crecer. Hacía esculturas y figuras ornamentales, pero sobre todo piezas funcionales como chimeneas o revestimientos de fachadas. Señala que llegó a tener doce operarios, y que su actividad era frenética. «Pero la crisis se tragó todo, la verdad. La gran mayoría de los talleres de piedra que había en Galicia desaparecieron, quedamos muy pocos... y los que quedamos estamos bajo mínimos. Yo tuve que despedir a todos los obreros y quedarme solo. Lo bueno de todo eso es que gané tranquilidad. Ahora voy haciendo lo que puedo y listo», explica el hombre.
¿Qué es lo que hace? Hoy por hoy se dedica a hacer esculturas, sobre todo fuentes ornamentales, que le encargan para chalés o casas con jardín. También tienen tirón sus cruceiros y hórreos de piedra tradicionales, no chill out como el suyo. A veces se los piden por Internet, de ahí que esté intentando hacerse un Facebook en condiciones. Señala que mandó obras para distintos sitios: «Me encargaron cruceiros para Bilbao o Córdoba y una vez envié unas mesas así muy de diseño para la India. Era un hombre de aquí que se dedicaba a llevar cosas hasta ese país», dice.
Amén de los encargos, ahora también tiene tiempo para hacer artesanía para él mismo. El hórreo de dos plantas es una de sus apuestas. Pero hay más. Tiene a medio construir una piscina con burbujas. Es de piedra negra. Antes no vivía en el sitio donde tiene su taller. Pero actualmente sí. Está construyendo su propia casa. Y no escatima adornos en piedra. En uno de los laterales tiene una especie de cuadro donde está tallada la ermita de A Lanzada. Se le ocurrió hacerla porque su pareja es de Vilalonga y vivieron allí un tiempo, así que echa de menos los paisajes de O Grove y Sanxenxo. Tiene fuentes y ahora experimenta mezclando la piedra con raíces de árboles. Si se le llama escultor, dice: «Prefiero ser un buen artesano que un mal escultor, lo de ser escultor son palabras mayores».
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