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miércoles, 14 de diciembre de 2016

Primera expedición al Polo Sur: Él siempre quiso ir al Polo Norte

El noruego Roald Amundsen pasó toda su vida obcecado con llegar al Ártico. Paradojas de la vida, fue el primero en alcanzar el punto de la tierra más lejano
LA VOZ, 14/12/2016

La primera expedición al Polo Sur es para muchos la aventura más extraordinaria jamás conocida. Convirtió al noruego Roald Amundsen en un auténtico héroe, acuñándole la grandiosa hazaña de capitanear al primer grupo de hombres que se pasearon por el punto más austral de la superficie terrestre. En septiembre de 1911, en plena fiebre de descubrimientos, el explorador noruego y el oficial de la Marina Real Británica Robert Scott desembarcaron en la plataforma helada de Ross, en la Antártida, y se dirigieron hacia el Polo Sur en una loca carrera que ganó el primero, ya pionero en atravesar el Paso del Noroeste y, más tarde, precursor de los viajes aéreos sobre el Polo Norte. Porque lo que siempre deseó fue tocar el hielo del norte. El sur fue su segundo plato, un rebote que acabó grabando para siempre su nombre en los libros de Historia.
Cuando en plena preparación de la que iba a ser su incursión en el Ártico se enteró de que, en caso de llegar, ya no sería el primero en hacerlo -Robert Peary se le había adelantado-, el noruego decidió dar media vuelta y mirar en dirección opuesta. Calculaba, apunta National Geographic, que si allí sí llegaba antes que nadie, tendría garantizadas la fama y la financiación de exploraciones futuras. La primera expedición al Polo Sur resultó ser, sin embargo, una igualada y agotadora competición por hundir en glaciar una u otra bandera. Scott, aventurero y estandarte del orgullo científico, puso rumbo a la Antártida con 33 hombres abrigados con el uniforme de invierno del ejército inglés, 33 perros y 17 ponis. Amundsen lo hizo con un equipo de ocho hombres, 85 perros más y la experiencia de sus expediciones norteñas, que lo habían familiarizado con las técnicas de supervivencia de los inuit.
Fueron los canes los que le dieron al noruego la ventaja definitiva para añadir a su currículum la gesta de de haber liderado la primera expedición al Polo Sur. No solo eran más rápidos sobre el hielo, no solo le permitieron una mayor capacidad de carga en los trineos. Cuando llegó el momento, cuarenta de ellos fueron sacrificados para mantener con vida al grupo. El 17 de enero de 1912, en el momento en el que su rival británico llegó a suelo polar tras una travesía especialmente penosa, se encontró con uno de los vehículos de nieve de Amundsen abandonado, soporte de la bandera noruega.
No fue lo peor de la expedición británica al Polo Sur, que fue sucumbiendo poco a poco en el largo viaje de vuelta, víctima de las tormentas y de una planificación errónea. Para colmo, los ingleses acabarían convirtiendo la trágica epopeya de Scott en una gesta mayor que la del propio Amundsen. Cuenta la leyenda que el noruego fue invitado a finales de 1912 a pronunciar una conferencia en Londres tras la cual asistió a una cena de gala en la Royal Geographical Society. Allí, su presidente, concluyó el discurso de bienvenida con un ácido: «En consecuencia, propongo tres hurras en honor de los perros», a lo que siguió un atronador aplauso. Pese al desdén británico de la época, nada pudo cambiar que el noruego se convirtiese en héroe nacional y figura universal. Lo había hecho mejor que el inglés. No solo era más ambicioso y más metódico. Era también más arriesgado y cuidadoso. Y había conseguido dominar con más destreza las situaciones adversas.
Roald Amundsen llegó al Polo Sur bien entrenado. Cuando era solo un niño, solía dormir con la ventana abierta en invierno para irse aclimatando a los grandes fríos, aseguraría más tarde. Fue el empeño de John Franklin por encontrar el Paso del Noroeste el que le metió el gusanillo expedicionario en el cuerpo y en 1903, con 29 años, zarpó rumbo al Ártico, donde vivió y trabajó durante tres años. Familiarizado con el entorno, logró convertirse en el primero en navegar entre las tierra, la arena y el hielo hasta los ma­­res de Beaufort y de Bering. «El sueño de mi infancia estaba cumplido», anotó en 1905 en su diario. Estaba preparado para conquistar el sur.
LOMEN BROS | AFP
La primera expedición al Polo Sur fue completada por Amundsen y sus hombres en 99 días, contando también la vuelta. Un total de 3.000 kilómetros sobre esquís y trineos, con cuatro días de descanso en la meta, donde el noruego y su equipo se dedicaron a comer carne de foca mientras escuchaban el ondear del estandarte de su país a la intemperie, sobre la desapacible nada blanca, helada y desolada. Un mes más tarde, aparecieron por allí los ingleses prestos a inaugurar una tierra que ya no era virgen. Nunca regresaron. La retirada, fría y agotadora, pudo con ellos. Aparecieron muertos, congelados dentro de sus tiendas, ocho meses más tarde.

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