La última vez que un médico acudió a visitarla fue hace 12 años, por un problema en la piel
Santi G. Rial / LA VOZ, 26/12/2016
XESÚS BÚA |
A Avelina Mouzo Leis se le van acumulando los años igual que los regalos del día en que los cumple. Se los llevan siempre el alcalde de Camariñas, Manuel Valeriano Alonso de León, y su número dos, Sandra Insua Rial. Cuando cumplió 110, hace ya mucho, le dieron un tapete de encaje, que hoy tiene colgado en la salita de su casa del Campo do Outeiro, en A Ponte do Porto. Avelina ya palillaba -tenía 8 años- cuando el Titanic, que llevaba encajes de Camariñas, se fue a pique en 1912, y lo hizo hasta hace poco tiempo. Fue, por tanto, la encajera más longeva de la historia, algo más de un siglo sin parar con la almohada. El año pasado, por los 111, tocó recibir un reloj, por aquello de medir el tiempo, que en su caso va a otro ritmo. Ya le queda menos para el millón de horas vividas, y apenas tres meses para los 41.000 días con el corazón latiendo, también a buen ritmo. Esta vez, en el día de la Nochebuena -porque esa es la fecha real de su nacimiento y no el 27 que pone en el DNI, el que dice que será válido hasta 9999 en un exceso de optimismo-, Alonso y Sandra, además de una orquídea (también hay flores siempre), le entregaron un álbum de fotos para que vaya acumulando las imágenes del último gran tramo de su vida, ya dentro de la historia.
Lleva tres años y medio siendo la persona más anciana de Galicia. Es, además, la segunda gallega que más tiempo ha vivido, lejos aún -algo más de un año de diferencia- de la que tiene el récord, alcanzado hace dos decenios. Y la número quince de la historia reciente de España -medida desde principios de los setenta, gracias a un trabajo muy amplio y meticuloso de Eduardo García, Miguel Quesada y Emilio Ibáñez- que en cuestiones de longevidad es lo mismo que decir de toda la historia.
Podría tener incluso el récord gallego de tiempo de retranca, pero es más difícil de comprobar. Aparece por ejemplo cuando el alcalde habla con ella:
-É vostede a máis vella de Galicia!
-E non serei, non!, responde.
En Avelina, los 112 no son un número de emergencia. Es cierto que el tiempo se le va notando, que no tiene la fuerza de los 108, por ejemplo, cuando no paraba de moverse, ayudar, limpiar con la escoba, salir a la puerta de la casa a recibir o despedir a las visitas, sentir el viento en la cara, que por allí a veces llega fresco, para eso vive en un outeiro. Pero se conserva muy bien, salvo en el oído: hay que subir la voz y acertar en cuál de los dos escucha mejor. Incluso se diría que tiene hábitos parecidos a muchos adolescentes o que los supera: a menudo se despierta y se viste sola, pero otras veces hay que desperezarla de la cama. «Depende do día», resume una de sus cuatro nietas, hija de su única hija -tuvo dos más, pero murieron demasiado pronto-, la pequeña, de 85 años.
Avelina, originaria de Cereixo-Vimianzo, viuda desde hace mucho, era también la benjamina de cinco hermanos, todos fallecidos hace años, alguno de ellos en la emigración, como dos de los nietos, que tiene en Suiza, y nunca tan longevos. Tiene además ocho bisnietos, dos tataranietos y otro más que está en camino. Y sí, el tiempo le va haciendo mella. Pero quien la visita desde hace unos diez años, observa que donde se ve realmente que pasan los años es en su descendencia: los años pasan realmente en la cara de los más jóvenes, que se van haciendo mayores mientras su abuela o bisabuela se ha quedado anclada en un aspecto que se resiste a envejecer.
A los centenarios se les suele preguntar cuál es el secreto de su vitalidad. Nunca hubo respuesta clara en su caso. Puede que repetir incesantemente «a vellez é moi triste», frase que pronuncia, año tras año, casi como un mantra, desde que superó los 100. Al menos, se lo dice a quien la va a ver. Puede que afirmarlo varias veces a la semana conjure todos los males. Los suyos no se ven o no existen. La última vez que el médico fue a verla ocurrió hace 12 años. Por un tema menor, una cuestión de epidermis. Ahora solo recibe la vacuna de la gripe, y se la dan en casa. La última vez que salió de ella en coche fue en mayo del 2015, con 110 años, en las elecciones municipales. El presidente de la mesa acudió al exterior a que depositara su voto, que por supuesto fue el más longevo de España, otro récord que sumar a una vida pletórica de ellos.
Con retranca
Además de que la vejez es triste, en su celebración de anteayer dijo más cosas. Algunas, de siempre, y otras nuevas, o variando:
-Eu de nova non estaba tan pasmada, e era máis lista.
También esta:
-A vellez tamén é bonita, chegar a vello. Non teño gana de morrer. Para morrer hai tempo abondo. No outro mundo sabe Deus o que haberá, vannos comer os bichos. Aquí estamos ben.
Y todo de corrido, como si lo masticara a diario y lo tuviera demasiado claro. Tal vez con retranca o sin ella, al alcalde le dijo otra vez, como el año pasado:
-Ti estás guapo, estou contenta de verte así.
-Iso non mo din nin na casa, nunca!, contestó el regidor.
Y Avelina continuó con sus frases, esas que cuando empieza no para:
-Estou boa moza eu, si! A vellez é moi triste, a mocidade é ben bonita. Onde vai a miña, na que tanto corría, bailaba, brincaba... Pasan os anos sen pensar nada.
A veces suelta una sonrisa. Dejan que le cojan la mano, o al revés. Mueve las dos con mucha agilidad. Mira con ojos muy intensos y agradece las visitas y los gestos. Y los regalos. «Que regalo me traedes, sen eu merecer nada. Deus vos dea saúde!», suelta, tras recibir una orquídea. A la dedicatoria del Concello en el álbum acerca los ojos, y un familiar cuenta que, hasta hace poco, podía leerla, como con el periódico. Mucha Avelina.
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