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domingo, 3 de marzo de 2013

La escuela que salvó un pueblo

Así es la vida de las once familias de toda España que han repoblado Vilariño de ConsoMARÍA CEDRÓN / La Voz 03 de marzo de 2013
El ajedrez era un juego al que Roger no había prestado nunca mayor atención. Empezó a fijarse en los movimientos del caballo y del alfil este curso, cuando comenzó las clases en el colegio de Vilariño de Conso, en el interior de la provincia de Ourense. Desembarcó en el macizo central ourensano en agosto. Llegó desde Tarrasa con su hermano y sus padres, que proyectan abrir un negocio en el pueblo. Parece que se adapta bien. «De tener un solo amigo en Cataluña, donde iba a un colegio con 500 alumnos, ha pasado a que sus amigos sean "todo el colegio". La verdad es que ha mejorado mucho. Antes no salíamos del psicólogo porque era un niño muy tímido. Pagábamos 150 euros por ir. Aquí no hace falta», dice Cristina, su madre.
El de Roger y Cristina es uno de los once nuevos hogares que se han asentado en Vilariño después de que varias familias de ese concello de 638 habitantes, azotado por el fantasma de la despoblación rural, se unieran para salvar el colegio. Y con él también el centro de salud. En el pueblo temían que, como en un juego de naipes, después de cerrar el centro escolar, pudiera caer también el ambulatorio.
Para evitarlo idearon una fórmula que paliara la escasez de alumnos que condenaba a la extinción a un grupo escolar que tan solo trece años antes, en 1999, se había encumbrado como el primero de Galicia en promover un intercambio de profesores con Japón. «Tivemos aquí a unha mestra xaponesa durante varios meses e logo quedouse no verán», cuenta Carlos Rodríguez, el director.
La idea de las familias locales -ofrecer casas vacías en alquiler a precios baratos a parejas con niños- ha logrado a pequeña escala algo que hasta ahora no han conseguido más de dos décadas de políticas de lucha contra el fuerte declive demográfico de la Galicia interior. En tan solo unos meses -la idea comenzó a rondarles el pasado mes de mayo ante los rumores de que Educación dejaría allí un único profesor- se ha duplicado con creces la matrícula del centro. «No ano 2011-2013 había 14 nenos, agora temos 32», dice Carlos. Con eso también ha aumentado el censo. Porque para poder matricularse hay que estar empadronado.
Y el desembarco de nuevos habitantes no parece ser pasajero. Pese al cambio brutal que ha supuesto para algunos abandonar las costumbres de una ciudad por las de un pueblo de montaña, están dispuestos a quedarse. «Había quen falaba de que non pasarían o inverno. Xa case pasou e aquí están», dice un vecino.
Ese «pequeño milagro» surgido de una iniciativa ciudadana ha llamado la atención de cadenas como la catarí Al Yazeera, principal competidora a nivel internacional de la CNN, que hace poco estuvo en Vilariño haciendo un trabajo sobre cómo la crisis ha acelerado el retorno al rural. El paro o la dificultad para vivir haciendo trabajillos en una zona urbana es la razón que empujó a muchos de estos nuevos vecinos de Vilariño a hacer la maleta. Pero aunque hay los que aún buscan un trabajo, el optimismo es generalizado. Quizá porque la montaña les ha dado la oportunidad de hacer otro tipo de vida. Como dice una madre, «puedes vivir muy bien con mucho menos dinero». Y Cristina pone un ejemplo cotidiano: «Aquí no tengo que vestir a mis hijos con camisetas de colores para identificarlos entre la multitud del parque, pueden jugar por la calle con total libertad».
El resultado de la unión de todas esas familias, las de Vilariño y las que han venido de Vigo, Cataluña, Teruel, Madrid o Ciudad Real, es el mantenimiento del colegio. Su reto ahora es lograr que la Xunta les dé algún profesor más. La respuesta fue tal que la dotación de personal se queda pequeña. «La verdad es que estaría bien algún profesor más», dice Cristina. Y la matrícula podría ir a más porque las llamadas de gente interesada en venir no cesan.
Ahora hay tres docentes -el director, Carlos; Teresa y Miguel- durante toda la semana. Dan clase, organizan la administración, vigilan el comedor... Luego hay otros dos profesores itinerantes. Una, Eva, viene dos días a la semana y el otro, uno. Ese es el equipo al completo de un centro que apuesta por un tipo de enseñanza en donde, según quiere transmitir el director, se prima el aprendizaje de los valores de la vida, más allá de lo que enseñan las materias. Un tipo de enseñanza que ayuda a construir destrezas sociales o confianza a través del juego. Se ve.
El día a día
Son poco más de las once de la mañana. Hora del recreo. Roger mueve un peón. Está en el rincón del ajedrez jugando con otro compañero. Distribuidos por todo el centro tienen también el rincón del futbolín, el del pimpón... Y hay sala de proyecciones con diminutos sofás de colores, pizarras electrónicas... Miguel, uno de los profesores, juega con los niños en el patio. «Aquí xogan todos xuntos. Un dos pequenos cae e os maiores axudan aos pequenos. Son autónomos. Ademais gústalles vir ao colexio porque é onde se ven ao vivir cada un nun pobo diferente», explica.
En ese momento Carlos está todavía con un pequeño grupo de alumnos en la biblioteca, y Teresa, que da inglés, aprovecha para mostrar lo que queda del mercadillo desecond hand (segunda mano) que hicieron en clase hace unos días. «Pasárono moi, moi ben», dice. Y Eva, que viene solo algunos días, habla de cómo se han integrado los nuevos. «Non tiveron ningún problema», cuenta.
En la cocina a esa hora Vanesa pilota los fogones. Todos los alumnos comen en el centro. Hoy hay revuelto de grelos con gambas para empezar. «Son da horta da miña avoa», dice. Un lujo. Aunque alguno todavía no ha acostumbrado el paladar a los nuevos sabores que ha descubierto en Galicia.
«Este ano o grao de atención individual é grande, pero a verdade é que se adaptaron ben», dice Carlos. Ni con el idioma, un tema al que se dedican horas y horas de debate en los despachos, han tenido ningún encontronazo. «Cando repartes os libros para ler xa che piden eles. Un dixo "profe quiero en galego"», explica Teresa. Porque aunque solo llevan aquí meses han logrado maridar el castellano con el gallego. Pero la mejor prueba de que el milagro de Vilariño no es pasajero es Rebeca. Ahijada de Teresa y Carlos es el primer bebé nacido en el pueblo en el seno de una de esas familias que han venido aquí para quedarse. Bienvenida.

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