Colpisa, Miguel Lorenci 7/12/2010
Vaticinó que los Beatles serían más famosos que Jesucristo. Google lo confirma: The Beatles, 85 millones de entradas; Jesus Christ, 25 millones; Jesucrsito, apenas 8 millones. El miércoles hará treinta años que John Lennon -12 millones de entradas en el megabuscador- se convirtió en mártir y ascendió al Olimpo del rock. El revólver y el desequilibrio de Mark David Chapman -1,4 millones de entradas- acabaron con su vida a las puertas del edifico Dakota de Nueva York y convirtieron en mito eterno y plenamente universal al alma de los Beatles.
Chapman era un mitómano y un fanático religioso que no perdonó a Lennon su visionaria comparación de la fama de los Beatles con la de Jesús. Lo quería tanto, que lo mató. Transformó en ira, odio y violencia su admiración por el fundador de The Beatles. Esta semana himnos globales como Imagine -118 millones de entradas en Google-, o Give Peace a Chance -43,3 millones de referencias- sonarán en todo los confines del planeta. Resonarán en el alma de los cientos de millones de seres humanos que tanto querían y quieren a un Lennon que vaticinó también su violenta muerte, sabedor de que las estrellas no mueren en la cama. «O morimos en un accidente de avión, o nos mata algún loco» dijo en 1965.
Lejos del olvido, la figura de John Lennon sigue agigantándose treinta años después de su asesinato, el 8 de diciembre de 1981 a las puertas de su residencia en Nueva York y en presencia de su segunda esposa, Yoko Ono. Chapman lo acribilló a balazos dos horas después de haber obtenido un autógrafo de su ídolo. Un instante fijado por Paul Goresh en la última foto de John Lennon, en la que aparece junto a su futuro asesino mientras le firma un disco.
«¿Sabes qué has hecho?», le gritó el portero del edificio Dakota.
«Acabo de matar a John Lennon» contestó un Chapman sereno y con su revólver humeante, sabiendo que acababa de entrar en la historia por un de su puertas más miserables.
Fascinado
Fascinado
Lennon tenía 40 años y era un poderoso referente para una generación empeñada en hacer el amor en lugar de la guerra. El músico genial y soberbio convivía con el activista incómodo y políticamente incorrecto, capaz de movilizar y seducir con sus canciones y su acciones a millones de personas en todo el globo.
Fascinado por su figura y su música vivía el inestable Chapman, lector compulsivo de 'El guardián entre el centeno' de J.D. Salinger, y su héroe adolescente, Holden Caulfield. Chapman era entonces un texano veinteañero y desquiciado, un suicida frustrado, que puso un final trágico a su último y sórdido vagabundeo nocturno por la gran manzana asesinando a quien más admiraba y culpabilizaba de sus estados de ánimo. A tal punto estaba fascinado por Lennon que, como él, se casó con una japonesa para emular con su matrimonio al de John y con Yoko Ono.
A principios de los ochenta, Lennon se había empeñado e vivir en Nueva York contra viento y marea. Y eso que la Administración estadounidense, con la CIA y el FBI a pleno rendimiento, se lo ponía muy difícil y no dejaba de buscar trapos sucios. Aún así, encontró un hogar en un lujoso ático del neogótico y para muchos maldito edifico Dakota, en el elegante y carísimo West Side, y con vistas privilegiadas sobre el inspirador Central Park que acogería sus cenizas.
A una década de la disolución de los Beatles, afianzaba Lennon su carera en solitario. Batallaba con las autoridades de inmigración empeñadas en hallar pretextos para negarle la residencia y expulsarlo, por despajar para siempre la leyenda que hacía de Yoko Ono la bruja mala de la película y la asesina del cuarteto más famoso de la historia de la música.
Se encontraba feliz y cómodo en su pellejo por primera vez en muchos años. Alejado del alcohol y las drogas, reconciliado con Yoko Ono y al cuidado de su hijo Sean, nacido en 1975. Lennon ya no es un apóstol del 'sexo, drogas y rock and roll' y se empeña en ser un amante padre de familia, un compositor sereno y un músico aliado con un piano blanco, alejado del delirio de las fans y los conciertos multitudinarios. El mismo dái de su muerte había posado ante Annie Libovitz para la portada de 'Rolling Stone'.
Chapman acabó con todo en uno segundos. Pidió unas vacaciones y firmo su demanda de permiso como John Lennon. Voló a Nueva York desde Honolulú. Se encerró en un hotelucho en el que construyó un altar reemplazando en su ejemplar del Evangelio de San Juan la palabra John (Juan) por Lennon.
«¿Algo más?»
Se plantó ante la puerta del Dakota con un ejemplar recién comprado de 'El guardián entre el centeno' -atesoraba varios- en el que escribió «esta es mi declaración» y esperó a su ídolo.
Lennon salía de casa camino de una sesión de grabación en los Plant Studios y le firmó su último disco, 'Double Fantasy'. Con una amabilidad impropia de una estrella del rock acosada por la fama, pregunto a Chapman: «¿está bien así. Algo más?». Chapman calló. No extrajo entonces el revólver del calibre 38 que escondía bajo sus ropas junto a varias casetes con 14 horas de música de los Beatles. Dos horas más tarde seguía allí. Cuando Lennon regeresó a casa y descendió de una limusina vio al mismo joven de 25 años al que firmó el disco dos horas antes. «Señor Lennon» le gritó Chapmam antes de descerrajarle cinco disparos. Cuatro le alcanzaron por la espalda, y otro en el hombro. Uno de los proyectiles le desgarró la aorta.
John Lennon llegó con un hilo de vida al hospital Roosevelt, en el que falleció desangrado apenas 20 minutos después. Chapman fue detenido en el mismo escenario del crimen, donde permaneció impávido leyendo las andanzas de Holden Caulfield en la noche neoyorquina.
En minutos la noticia del asesinato de Lennon recorrió y conmovió al mundo. Las lamparillas, velas y los homenajes urgentes y espontáneos al pacifista, al músico, al beatle, al activista y al compositor invadieron el planeta que lloraba y se dolía por su muerte. Su música sonó el todas la radios y televisiones, donde sigue viva y pujante tres décadas después. Sólo en Estados Unidos sus discos como solista venden aún 14 millones de unidades. Como intérprete, autor, o co-autor, es responsable de 27 temas que alcanzaron el número uno en la lista del Billboard.
«Fue como si despertara de un sueño. Desde ese momento, no volví a ser niño» recuerda ahora Sean Lennon, que con 35 años cumplidos, guarda un enorme parecido con su padre e interpreta sus temas.
Sean tenía entonces cinco años y supo por Yoko Ono que se había quedado sin padre. «Recuerdo el ruido de la gente que estaba fuera las fogatas y las canciones y los cercos policiales».
Chapman permanece en la cárcel desde entonces. Cumplió su pena de 20 años en 2000, pero permanece recluido en Attica y no deja de reclamar la libertad condicional por buen comportamiento. Pero cada demanda de libertad y de revisión de su causa choca con los recursos de Yoko Ono. Este año ha expresado arrepentimiento por primera vez: «Siento que ahora, a los 53, tengo una mayor comprensión de lo que es una vida humana, he cambiado mucho. Estoy avergonzado. Ese es mi primer pensamiento. Lamento lo que hice». La próxima revisión de pena llegará en 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario