Hace un par de días, un vídeo que se difundió en un abrir y cerrar de ojos a través de las redes sociales y los medios de comunicación provocaba una oleada de ternura de una punta a otra de España. Acostumbrados a encontrarnos cada mañana con titulares sobre la crisis económica que ahoga a medio mundo, rescates bancarios, políticos corruptos y guerras en las zonas más calientes de Oriente Medio, no es difícil que una historia como la del barrendero del Puerto de Santa María, que cada mañana dedicaba unos minutos de su tiempo a hacer felices a los niños de una guardería cantándoles la popular canción de Bob Esponja, nos arranque una sonrisa.
El trabajador -ya famoso en toda España por su desinteresada, pero tan agredecida labor- se llama Emilio, tiene 48 años y desde hace tres el colegio de Fomento Las Tablas Valverde es una parada obligatoria en su ruta diaria. Cada mañana desde entonces llega frente al portalón de la guardería, deja de ser un barrendero y se convierte por unos minutos en el centro de atención de una multitud de ojos abiertos como platos. Escuchan atentos el saludo inicial y responden a gritos a la canción de los famosos dibujos animados que les canta su amigo Emilio.
Sin embargo, después de que la noticia saltase a las portadas de los medios de comunicación y el video arrasase en las redes sociales, el trabajador andaluz se vio abrumado por la reacción de la gente y abandonó durante unos días su puesto de trabajo. Los peores rumores se hicieron eco en Twitter, en donde se llegó a especular sobre el futuro laboral de Emilio y la postura de su empresa frente al espectáculo del trabajador. Sin embargo, el barrendero-showman ha dejado claro, en una entrevista en rtve.es, que si ha faltado estos días a su cita diaria con los alumnos a la hora del recreo ha sido solamente porque tenía unos días libres.
Emilio ha asegurado que su empresa ha apoyado desde el primer momento su iniciativa, ante la que no ha puesto ningún tipo de pega. Se siente muy agradecido por todo el apoyo popular, pero, sobre todo, por la recompensa que obtiene de su público infantil. «Me hacen muy feliz, es increíble ver sus caras mientras cantamos -ha confesado el barrendero-. Estoy deseando volver.»
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