Un estudio del «British Medical Journal» revela que las formas más ridículas de morir por acciones insensatas y absurdas están protagonizadas por varones
R. R. García / La Voz 13 de diciembre de 2014
Homer, un prototipo de la estupidez. Da el perfil del estudio, porque es un fanfarrón que asume riesgos innecesarios |
Todos fueron galardonados con los Premios Darwin en los últimos veinte años, un concurso que distingue las muertes más ridículas, protagonizadas por aquellos que «contribuyeron a mejorar el acervo genético de la especie al quitarse la vida por métodos asombrosamente estúpidos».
Huelga decir que ningún ganador está vivo. Es el caso de un individuo que quiso sacar fotos a un grupo de paracaidistas acompañándolos en su caída, aunque se le olvidó ponerse uno él también, o el de otro que quiso iniciarse en la delincuencia atracando una tienda de armas con el coche de la policía en la entrada. Murió en el tiroteo.
Igual de disparatado es lo que les ocurrió a dos belgas que para asaltar un cajero no se les ocurrió nada mejor que dinamitarlo en una acción que acabó con la demolición de todo el edificio y con ellos enterrados bajo los cascotes. Más estúpido fue el terrorista que mandó una carta bomba a la que no le puso sellos suficientes y que cuando le llegó de vuelta no dudó en abrirla y murió por la explosión.
Los Premios Darwin, aunque pueda no parecerlo, tienen unos criterios muy estrictos, ya que el candidato debe causarse la muerte a sí mismo por una asombrosa pérdida de sensatez. Las menciones honoríficas quedan para los que han sobrevivido, aunque con secuelas, como uno que decidió usar una máquina lijadora como un juguete erótico. Salvó la vida, pero perdió un escroto.
«El hallazgo es totalmente coherente con la teoría de la estupidez masculina (MIT) y apoya la tesis de que los hombres son más tontos y hacen cosas más estúpidas que las mujeres», concluye el estudio científico.
Murió, pero no se suicidó
El trabajo, sin embargo, puede tener limitaciones que alteren sus resultados, como que las mujeres son más proclives a votar candidatos masculinos o que el mayor consumo de alcohol por parte de los hombres les haga hacer más tonterías.
Si existiese el premio al ganador absoluto probablemente se lo llevaría el médico francés Jacques LeFrevier, aunque no entró en el estudio porque ganó el galardón Darwin en 1989. Quiso suicidarse y para ello se aseguró todas las posibilidades: bebió veneno, se incendió la ropa y se ató una soga alrededor del cuello. Luego saltó a un acantilado y, mientras se caía, se disparó a la cabeza. Pero calculó mal. Rompió la soga del balazo; cayó al mar, que apagó las llamas; vomitó el veneno y lo rescataron unos pescadores que lo llevaron a un centro médico. Su estupidez, sin embargo, se vio acompañada por la fortuna: murió en el hospital por una hipotermia.
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