Serxio González / la Voz 03 de febrero de 2012
Cuatro santos en peregrinación en cosa de ocho días. Una docena de lacones. Una poderosa procesión de cuatro kilómetros. Siete estaciones de parada, en Vilar, Vilarello, Moldes, Eiras, Outeiro, Ferreiros y Beiro, pequeños altares en los que los vecinos de Cordeiro ofrecen lacones. Mujeres indómitas capaces de cargar 25 y 30 kilos en canastos, de echarse los perniles sobre sus cabezas y caminar a mayor gloria de San Antonio y San Roque. Cada 2 de febrero, las tallas vuelven a casa tras visitar durante una semana a San Paio en la capilla de Vilar. En su retorno a la iglesia parroquial les aguardan San Blas, cuya onomástica se celebra hoy, y una poxa secular cuya recaudación servirá para ir tapando agujeros. Misterios antiguos, poderes protectores, símbolos cuyo significado se desvanece a sachazos de modernidad mal entendida, misas, gaiteiros, foguetes y caña. Un país cuyo tiempo parece agotarse sin remedio resiste todavía en Valga.
El primero en alcanzar el campo da festa de Cordeiro es un tipo bien defendido en el interior de un anorak con capucha. Se hace llamar Matías y se presenta como «mecánico sexual». Porta caxato, rama de minosa, lacón al hombro y bandullo quente. «Pero este non é para o cura» proclama mientras bautiza, según la pinta y su sabiduría televisiva, al personal que no conoce. «Home Sandokan, vaia guedellas; ¿e logo, ti, Bin Laden?». Tras él, la nutritiva comitiva. Cinco mujeres transportan un poco más cerca del cielo los lacones que han ido recogiendo a lo largo de la procesión. Vuelan foguetes y canelas. Una vuelta en torno a la iglesia y santos y perniles son depositados al pie del altar.
El párroco, don Jesús Pazos, ofrece un tentempié en el local de la catequesis. Empanada, tortilla, patatas fritas, blanco, tinto, refrescos y fiambre. Airiños do Meda, gaita, acordeón, caja y tambor con platillo, hacen danzar a pequeños y grandes. Jorge, el tamboril, rememora la antigua costumbre de que los gaiteiros mollasen a palleta en cada una de las siete paradas. «Agora faise só aquí, ao chegar, e no altar de antes, que invita o alcalde». Bello Maneiro sabe lo que hace. Divina lleva 60 años haciendo esto. Alguna compañera más joven resopla un «amén» al posar los lacones. Ella, ni una queja ni una mano a la cesta. «Había que ir á herba e andar á labranza, levo toda a vida». Un secreto hecho de tiempo. El primero en alcanzar el campo da festa de Cordeiro es un tipo bien defendido en el interior de un anorak con capucha. Se hace llamar Matías y se presenta como «mecánico sexual». Porta caxato, rama de minosa, lacón al hombro y bandullo quente. «Pero este non é para o cura» proclama mientras bautiza, según la pinta y su sabiduría televisiva, al personal que no conoce. «Home Sandokan, vaia guedellas; ¿e logo, ti, Bin Laden?». Tras él, la nutritiva comitiva. Cinco mujeres transportan un poco más cerca del cielo los lacones que han ido recogiendo a lo largo de la procesión. Vuelan foguetes y canelas. Una vuelta en torno a la iglesia y santos y perniles son depositados al pie del altar.
Comienza la misa y los hombres toman la barra del mesón Cordeiro. Caen cafés, cervezas, algún Larios en vaso de tubo, sin tonterías, y latricada futbolera. Media hora después llega el momento culminante. Francisco García Pardal, Chico, se abre paso hasta el palco. Cuarenta años subastando perniles. No hay quien le tosa. «Aquí chegou a haber 80 pezas, que sei eu, pero agora non se mata como antes». La poxa, pieza a pieza, suspendidas a pulso. El respetable se anima. 20. 30, hasta 70 euros. «Vírao, home». «Con ese xa fixeron un guiso». Una mujer puja por tres lacones. O porco irá coxo para a casa en las benditas bolsas de Froiz. Al final, 431 euros que se pagan sobre la placa que inmortaliza la remodelación del campo da festa y el nombre del benefactor: ojo, Diz Guedes, conselleiro de Agricultura en tiempos de don Manuel. Conclusión:«Amigo, é que os santos tamén comen». Codeiro, incontestable.
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