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jueves, 2 de febrero de 2017

El tendero que aún lleva sacos de pesetas al banco

CAPOTILLO
En su local se puede pagar con mil pelas de las de antes. No falta una semana en la que alguien no lo haga
María Hermida / LA VOZ, 02/02/2017
CAPOTILLO
De risa fácil, Mario Simón casi carcajea cuando alguien, de buena mañana, cruza la puerta de su tienda para preguntarle si es un romántico. «¿Yo por qué, por lo de las pesetas?», pregunta a sabiendas de que, efectivamente, los tiros van por ahí. Él regenta una parafarmacia en el centro, en la calle Cruz Gallástegui, que lleva años siendo el último bastión de la peseta en Pontevedra. Porque en su negocio, a día de hoy, quince años después de que la antigua moneda española esté muerta y enterrada, todavía se puede pagar con mil pelas de las de antes. O con diez mil. O con pesetas acuñadas en el siglo XIX, como ya hizo algún cliente. Mario las recibe todas y, cuando junta una cantidad considerable, las carga en un saco y se presenta con ellas en el Banco de España de A Coruña. Cuando va hasta allí, tiene que estar en forma. La saqueta de las monedas suele pesar más de cuarenta kilos. Y el fajo de billetes también suele ser abundante. Mario, que se rio de lo lindo con la cuestión del romanticismo, empieza la entrevista preguntando: «¿No es un buen servicio este? Hay que darlo, porque el Banco de España las recoge hasta el año 2020, así que no me cuesta nada llevarlas. No es por romanticismo, es por dar buen servicio a la gente».
Hijo de un farmacéutico, Mario no se arrepiente de no haber estudiado la carrera de su padre. Le gusta el negocio que tiene, a medio camino entre una farmacia y una tienda de cosmética. Lo abrió en 1997, así que ya lleva dos décadas en su local de Cruz Gallástegui. En el 2004, cuando a los españoles todavía se le atragantaba la conversión al euro -ocurrió en 2002 aunque, como bien indica Mario, muchos crean que coincidió con el cambio de siglo-, este comerciante se subió al mismo carro que otras muchas tiendas: decidió aceptar el pago en pesetas para animar a los clientes a traerle sus rubias. Pero él lo ha mantenido en el tiempo. ¿Por qué? Porque le siguen trayendo el viejo papel. En la última semana, cayeron cinco mil pesetas. Y es raro que pasen siete días sin que alguien compre algo con la vieja moneda. ¿Quiénes las guardan? «Pues hay gente de todo tipo. A veces me sorprende que viene gente con vidas difíciles y te traen un billete de dos mil pesetas y te dicen que lo guardaban para una urgencia, y que ahora quieren comprar algo. Lo peor es cuando le tienes que decir que con eso, actualmente, poco compras», señala Mario. En otras ocasiones, son coleccionistas que decidieron deshacerse de billetes de los años catapún. O personas que encontraron monedas en los bolsillos de cazadoras de familiares fallecidos. De todo hay, insiste él.
El billete de 10.000 falso
En estos quince años funcionando como reducto de la peseta, Mario tiene anécdotas a rabiar. Hasta tuvo que lidiar con una especie de timo. Cuenta que un día acudió a su tienda un guardia civil con un billete de 10.000 pesetas. El propio cliente le dijo con ironía que lo mirase bien, que «a ver si iba a ser falso». El caso es que, efectivamente, era falso. Mario se puso en contacto con la comandancia. Y le dijeron que podía denunciar el caso, porque era delito pagar con un billete así. Pero él al final se conformó con recuperar los 60 euros y listo. «Me pasó ya de todo», espeta.
Al principio, las cantidades que reunía de la vieja moneda eran considerables. Llegó a plantarse en el Banco de España coruñés con dos millones de pesetas. «Hombre, es que cuando vas lo que gusta es juntar una cantidad considerable. Llevar poco no tiene tanta gracia. Además, si cuentas que llevaste 12.000 euros pues parece poca cosa... pero en pesetas todo suena tan grande, dices dos millones y parece un mundo», indica Mario Simón con una nueva carcajada. Las próximas entregas serán más modestas, de unas 700.000 pesetas o así.
Mario, aunque insiste en que tampoco es un nostálgico, reconoce que el gusanillo de irse quedando con algunos billetes sí le ha entrado. Sube rápidamente las escaleras de su negocio y baja con un libro de viajes. En él guarda como oro en paño algunos de los billetes que fue recogiendo, como uno de cien pesetas con la cara del pintor Julio Romero de Torres estampada. «Algunos sí que me los quedo, la verdad, sobre todo los que vienen que parecen nuevos, esos me dan pena», indica. Coge varias monedas de las de cien pesetas en la mano, algunas con el rostro del Caudillo, y las enseña. Y lo hace justo delante de un expositor de artículos relacionados con la práctica sexual. Vamos, como si juntase dos Españas distintas.

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