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viernes, 25 de abril de 2014

Biclicletas hasta en el café

De la fiebre por las bicis y el idilio del hombre con los bares nacen los Cycle Cafe
LA VOZ    25 de abril de 2014
El reciente fervor por las bicicletas, ya integradas en el paisaje urbano de media Europa, ha generado nuevas necesidades en el ser humano moderno, fanático de llevar hasta el extremo sus gustos y aficiones. Hace cuatro años, en España, los viandantes se daban la vuelta asombrados cuando una bicicleta hacía competencia a su ágil paseo y les adelantaba por la izquierda. Algunos sonreían, levantaban las cejas y, si el vehículo de dos ruedas en cuestión contaba con un cesto delantero de mimbre, incluso se arrancaban simpáticamente a silbar la sintonía deVerano Azul. En el 2014, el escenario es completamente diferente. La ciudad ya no se entiende sin bicicletas. Los catálogos de moda, los videoclips de las bandas más independientes, los restaurantes de diseño, ya no se entienden sin bicicletas. Y, proclamada como el nuevo medio de transporte por excelencia, más estética que prácticamente -sobre todo en determinados puntos del mapa donde la lluvia es la mejor amiga del ciudadano-, reclama su sitio también las rutinas culturales y de ocio de sus dueños. De la conjunción de esta fiebre enfermiza por el pedaleo -mezcla de afición deportiva y «postureo»- y del idilio del hombre por los bares nacen los Cycles Cafe, locales que se entregan en cuerpo y alma al estilo de vida ciclista. Que tiemblen los Starbucks.
Madrid ha sido la última urbe en sumarse al café-bicicleta. Desde el pasado diciembre, aprovechando un festival de cine centrado en las dos ruedas como excusa para la inauguración, el barrio de Malasaña ostenta un nuevo y curioso establecimiento, un lugar que respira creatividad ideado para recibir a los amantes de las bicis y a los incondicionales del café. La receta es sencilla y exactamente la misma que se repite en otras grandes capitales como Lisboa, Londres, Berlín o Estocolmo:grandes ventanales que además de la luz reciben a cientos de miradas indiscretas a diario; cómodos sofás que invitan a regodearse en la pereza, apetitosas e interminables cartas de cafés, postres, brunchs y meriendas y after works; plantas en las esquinas y esqueletos de bicicletas colgados en la pared. Sillines, manillares y ruedas aparcadas entre las sillas de diseño, se dan ya por sentados.
Todos (el Keirin Cycle Culture Café en la capital alemana, el Bianchi Café Cycles en Estocolmo, el británico Lock 7 o el madrileño La Bicicleta Café) se presentan como un lugar de encuentro para aficionados y amantes de la bici. Suelen contar con espacios reservados para ajustes técnicos de su velocípedo -bancos de trabajo para inflar ruedas, arreglar pinchazos...- y no resulta extraño encontrar a sus clientes leyendo publicaciones varias sobre el mundo del pedal otrabajando con sus respectivos ordenadores -presumen de ofrecer rincones adaptados para ello, con enchufes accesibles, cargadores universales, mesas lo suficientemente grandes y otros detalles como cajoneras con llave para poder ir al baño sin dejar el portátil desatendido-. Acogen charlas, exposiciones y proyecciones sobre el mundo de la velocidad sobre las dos ruedas y su cultura es tan sólida que entre sus cuatro paredes se retransmiten las competiciones ciclistas más destacadas, organizan carreras y hacen fiestas en honor al aclamado vehículo.
No sin mi bici
El elogio actual a la bicicleta no solo ha rescatado de los desvanes los modelos de paseo; también ha despertado el interés por el ejercicio a pedales y todo el folclore que lo acompaña. Hemos aprendido lo que son las fixies, en el mercado ha germinado un nuevo sector que gira alrededor de la customización de las susodichas -ruedas de colores, manillares vintage, sillines tapizados...-, Instagram ha reemplazado las fotos de gatos y piernas en la playa por las de cuadros de bicicletas y, de repente, nos hemos acordado del medioambiente.
Pero lo más importante es dar con el modelo ideal según nuestras necesidades y/o antojos. De las bicis municipales a las destartaladas pintadas de rosa, que por viejas son perfectas, que presiden cualquier tienda de segunda mano y las específicas para ejercitar los músculos.

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