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martes, 16 de julio de 2013

Una modelo entre marginados

La hija de Bebeto, Stéphannie, ha cambiado el glamur de la pasarela por la dureza de la cooperación en un vertedero de Río
Alexandrer Centeno/ A Coruña 16 de julio de 2013
Río de Janeiro es sol. Playas abarrotadas de garotas. Samba. Mundial de fútbol. Juegos olímpicos. Samba. Pero Río también es miseria. Alta delincuencia. Favelas. Basureros poblados de niños hambrientos. Y como nexo de unión entre ambos mundos contrapuestos aparece Stéphannie de Oliveira, la hija de Bebeto. A sus 22 años, la joven carioca ha dejado una prometedora carrera en las pasarelas por la acción humanitaria. Desde hace meses acude a un vertedero de Río de Janeiro para ayudar a los más necesitados. «Hago un poco de todo. Les ayudo en tareas de casa, cuido enfermos, a veces me llevo niños para casa, les proporciono comida y ropa... Pero, sobre todo, les hago compañía», explica la hija del que fue astro del balompié y ahora ejerce como político en su país.
Su nueva vida comenzó el pasado mes de octubre cuando abandonó el lujo de Río para irse a África. «Sentí la llamada de Dios. Mis padres no entendían cómo su niña tenía que irse a un sitio sin agua, sin apenas alimentos... Me preguntaron por mi carrera de modelo... Pero era algo muy fuerte. Siempre hice lo que mis padres quisieron, pero esta vez Dios había puesto este viaje como misionera en mi camino y no podía dejar escapar la oportunidad».
Fue una experiencia que le sirvió para entender que su vida estaba lejos de las pasarelas. «Pasé tres de los mejores meses de mi vida. Fueron duros, pero gratificantes. Solo me alimentaba de arroz con frijoles. Viajaba cada día cinco horas en coche por malas carreteras. Cocinaba para mucha gente. Hacía las uñas de las chicas, algo que nunca habían visto... Después de eso vi que mi vida tenía que estar ahí, ayudando a los más necesitados y me di cuenta de que en Brasil hay mucha hambre y necesidades».
Hambre y droga
Y así fue cómo comenzó a colaborar con una oenegé e inició sus visitas a un basurero de Río. «La basura es peor que una favela. Hay más pobreza Las personas que allí viven no saben ni lo que es la ciudad. Algunas nunca fueron a la playa. Hay droga, no mucha pero hay. Es un mundo indescriptible. Recuerdo que un día vino la madre de mi novio con nosotros y lo primero que se encontró fue unos niños comiéndose un ratón crudo... Es duro. Muy duro», reflexiona una ilusionada Stéphannie.
Desde que comenzó a visitar el poblado ha ido incrementando su colaboración: «Ahora voy casi todos los días de la semana. Los martes y los jueves me encargo de una señora viejecita a la que cogimos cuando tenía un agujero en las costillas. Le cabía una mano en el cuerpo. Y comenzamos a cuidarla. Le hacemos curas, charlamos con ella, limpiamos su casa, le llevamos comida... Es principalmente lo que hacemos con todos allí: llevamos comida, ropa, damos cariño, conversación... Hablar es algo que muchas veces nos parece algo común y hay gente que no tiene ni con quién conversar».
Es la nueva vida de una joven de 22 años que, a pesar de tenerlo todo (belleza, fama, amor y dinero), un día cambió el glamur de la pasarela y las fiestas por la dureza y frialdad del poblado de un basurero.

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