Etiquetas

Hay gente para todo (1131) Documentos (1043) ambiente (573) Tecnología (474) Música (360) Ciencia (329) Animales (270) Informática (189) Música para una cuarentena (86) Bicicleta (64) Humor (53) cocina (38) de viaje (22) Fotografía (19) Historia (18) Chapuzas (17) Opinión (11) arquitectura (9) Arte (8) Salud (8) Retro (4)

Panorama

Otras formas de ver el blog

Otras formas de ver el BLOG: TIMESLIDE / MOSAIC / FLIPCARD / SNAPSHOT

domingo, 10 de junio de 2018

El colchón

Durante la mudanza apresurada del expresidente Rajoy fue lo primero que salió por la puerta y los medios se lo tomaron un tanto a broma
Miguel-Anxo Murado / La Voz, 10/06/2018
ED
En Los amores difíciles hay un hermoso relato del escritor italiano Italo Calvino en el que el protagonista es, en cierto modo, el colchón. Trata de un matrimonio de trabajadores que no pueden coincidir nunca en la cama. Ella tiene su trabajo con horario de día y él con horario de noche. Cuando ella llega del trabajo el marido acaba de levantarse para irse al suyo y, cuando él vuelve, es ella quien se ha ido. Son como dos personajes de una de esas leyendas antiguas, dos amantes separados por un hechizo o una maldición, en este caso la del horario laboral. Calvino termina la historia con un pequeño detalle que lo ilumina todo: cada vez que uno de los dos llega y se acuesta en la cama todavía puede notar en el colchón el calor del cuerpo del otro, todavía presente como un resto de calidez. Y ese vínculo es el que les mantiene unidos.
Desde que leí ese relato, hace muchos años, miro el colchón con mucho respeto, e incluso con ternura. Es la plataforma en la que transcurre, quizás, hasta un tercio de nuestra vida, la que sostiene nuestro descanso, nuestros sueños y pesadillas, nuestros momentos de pasión y de reflexión. Como los zapatos, acaba amoldándose a nuestro cuerpo y termina adquiriendo nuestra huella, que es tanto como decir que nos toma la medida de quiénes somos en realidad; se modela con la horma nuestra alma. Como en el relato de Calvino, el colchón conserva durante un tiempo el calor de nuestro cuerpo, como un rescoldo de nuestra presencia, como un fantasma de nosotros mismos. Por eso no es extraño que cuando nos muestran esas terribles imágenes de refugiados que huyen de las guerras, tanto en el blanco y negro de los noticiarios de pasado como en el vídeo en color que nos sirve la televisión, veamos siempre aflorar el colchón, sacado en volandas de una casa en ruinas o crudamente atado en lo alto de un carro o una camioneta. Es el símbolo de lo que queda de una vida normal cuando todo lo demás ha desaparecido, el símbolo del hogar, de la propiedad ganada con esfuerzo -aquella costumbre de antes, de guardar los ahorros bajo él-. Pienso yo que, más que la paloma blanca o la rama de olivo, en nuestra sociedad moderna es el colchón el que debería ser el verdadero símbolo de la paz.

Por eso, cuando vi la escena de la mudanza apresurada del expresidente Rajoy de la Moncloa, me fijé especialmente en ese detalle del colchón. Fue lo primero que salió por la puerta y los medios se lo tomaron un tanto a broma. Es cierto que, como todo lo que es íntimo, el colchón tiene algo de cómico. Pero en realidad, un colchón no es ridículo. El hombre que duerme es siempre un hombre inocente. El sueño, y por tanto el colchón, es una tregua, y también debería serlo para la lucha partidista. Por eso yo saludo ese colchón de la Moncloa: simboliza lo que de ser humano hay en el político, más allá de otras querellas.
Imagino que ese colchón, donado a una oenegé, lo heredará una persona de condición muy humilde, alguien que jamás soñaría en presidir el Gobierno de un país. Me pregunto si dormirá apaciblemente en él, o si, por el contrario, le asaltarán en el sueño las preocupaciones, las angustias, los desvelos y las cábalas del ejercicio del poder, que puede que se le hayan quedado adheridos. Lo imagino yo a este hombre, o mujer, yendo a la oenegé a quejarse de que el colchón está bien, que es cómodo; pero que por la noche propicia sueños extraños, que sueña con cifras, con conflictos territoriales, con la necesidad de decidir a todas horas... Y en la oenegé le mirarán como se mira a un loco, sin adivinar lo que es el insomnio del poder.

No hay comentarios: