Nieves D. Amil /LA VOZ 6/11/2010
Muchas solo las habían visto por televisión, otras no conocían su sabor amargo, pero todas descubrieron en la cerveza el complemento perfecto a la dieta austera de un convento de clausura. Cuando medio centenar de monjas accedieron a formar parte de un proyecto de investigación de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (Sedca) sobre el poder antioxidante del jugo de cebada no sabían que los quintos iban a ganar para siempre un hueco en el reino de sus neveras.
«Había algunas que los primeros días decían que el sabor no les convencía mucho, pero una vez que accedieron a formar parte del proyecto, participaron hasta el final», reconoce Jesús Román, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, que estos días participa en un seminario médico en Pontevedra. El plan era sencillo, las monjas -que no quieren revelar la orden a la que pertenecen para evitar la repercusión social- debían beberse dos botellines de cerveza sin alcohol cada día. No podían fallar ni uno. Y cumplieron.
Durante un mes, la dieta del convento dejó de ser «pobre» y algo más lujosa de lo que estaban acostumbradas. «Les dimos cerveza sin alcohol para que la graduación no alterase los resultados que buscábamos», explica el autor de la investigación, que hoy defenderá en Pontevedra el poder antioxidante del lúpulo. Controlaron a las monjas mediante un análisis de sangre anterior y posterior a la investigación, que dejó como resultado el poder antioxidante de la cerveza. «Reduce los factores de riesgo y disminuye algunas patologías como el colesterol que se conoce como malo», indica Román Martínez, presidente de la Sedca. Tras la ingesta, observaron que se reducía el daño oxidativo y aumentaba la defensa antioxidante de las beatas.
Decisión rotunda
Pero ¿qué lleva a un equipo de investigadores a fijar su mirada en las monjas de clausura? La férrea rutina, la austeridad vital y la avanzada edad fueron los aspectos que llevaron a Román a escoger a las monjas de tres conventos diferentes para poder lograr el mínimo de gente exigido. Si los resultados eran buenos en personas mayores, sus beneficios se podían hacer extensibles a los más jóvenes... y además, las siervas del Señor no tienen el cuerpo «mal acostumbrado» a comidas y bebidas con alcohol.
El investigador subraya en las conclusiones del estudio nutricional «que el tipo de cerveza no influye en el poder antioxidante de las variedades negras, rubias y sin alcohol, ya que todas poseen valores similares». Aunque todas sepan igual y sus beneficios sean los mismos... las monjas las prefieren rubias.
Yo ya tenía claro hace tiempo que la cerveza no podía ser mala, pero no estoy de acuerdo con las monjas: la prefiero negra y con alcohol.
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