Cinco meses después, los forenses dictaminaron que aquello era una vulgar puntilla
serxio gonzález / la voz, 30/04/2019
MARTINA MISER |
Sobremesa. Viernes Santo del 2006. Puerto de Carril, en Vilagarcía. El calor y el solete que dominan la jornada invitan a la modorra y al paseo perezoso tras una fenomenal comida en uno de los muchos restaurantes que dan fama a las almejas del lugar. Las terrazas de la plaza de A Liberdade constituyen un magnífico escenario para echar un café y una copa con la isla de Cortegada a la vista. De repente, un tumulto muda la pachorra por frenesí y griterío. El gentío se arremolina en el muelle y de él se alza una voz espeluznante y espeluznada: «Unha pirola; apareceu unha pirola na auga!».
El caso es que cuando una voz grita en Carril que hay un pene en el agua, conviene, como mínimo, molestarse en comprobar la veracidad del tema. El miembro, obviamente, se encuentra solo y ensangrentado. De otro modo no habría motivo para la alarma, a no ser que el dueño del adminículo no supiese nadar. Un mariñeiro, en fin, rescata la pieza de carne para someterla a público escrutinio. A todo esto, un probo ciudadano telefonea a la Policía Local, que también toma cartas en un asunto que adquiere, así, carácter institucional.
Trece años después, ha transcurrido el tiempo suficiente para relatar que un activo concejal del momento juró y perjuró que aquello, en efecto, era lo que parecía: «Xúrocho polo máis sagrado: era unha pirola, pequena, pero unha pirola. Eu toqueina e... Oes, pero metida xa nunha bolsa, eh? Non vaias pensar». Faltaría más. Ni se me hubiese pasado por la cabeza. En esa bolsa, profiláctica frente a los malos pensamientos y al contacto impúdico, se decide trasladar el presunto pene al Hospital do Salnés, por común acuerdo de la concurrencia y con la venia de la autoridad. Al fin y al cabo, aquellas gentes se dedican a esto y sabrán dilucidar si hay pene o no hay pene.
La muchedumbre se disgrega de mala gana, y el hallazgo ingresa en el terreno de lo legendario a medida que los testigos narran el episodio en las tabernas. Tanto es así, que, al día siguiente, un mariscador acude a abrevar al antiguo bar Chori, descompuesto y blanco como la cal de la pared. «Botei o trasmallo e cando ía recollelo vin que estaba enganchado. E dixen eu, aquí vén o resto da pirola... Menos mal que era unha pedra».
Pero ocurre que, pese a la confianza depositada en la ciencia médica, los especialistas del hospital no se ponen de acuerdo sobre el equívoco hallazgo. Cursan aviso al resto de los hospitales de la provincia y a los centros de salud de toda la comarca, no vaya a ser que alguien se presente reclamando el ferrete. Como quiera que los días se suceden sin novedades, los facultativos optan por una decisión salomónica: la pieza viaja a Madrid para que sean los forenses de la capital quienes dicten sentencia. Cinco meses más tarde, su informe concluye que la pirola es, en realidad, la cabeza de un calamar. Una vulgar puntilla.
Es agosto y en Carril vuelve a apretar el calor. Quién sabe.
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