LÓPEZ PENIDE / La Voz 05 de septiembre de 2013

Ante la insistencia del atracador -«¡¡¡Dame todo el dinero!!!»-, María José le espetó: «Vamos a ver. Soy madre de familia. Aquí estoy trabajando. No me jodas la vida, tío, y vete a atracar a otro lado».
Este argumento, junto con un billete de 5 euros, pareció convencer al caco, que se dirigió hacia la salida -«ni te denuncio, ni nada, pero aquí no vuelvas más»-. Sin embargo, en el umbral, se giró y haciendo gestos amenazadores con el cuchillo retomó las exigencias económicas: «¡Que me des 50 euros!».
«Pero no ves que no tengo», le respondió María José. Y comenzaron las negociaciones, el regateo, en el que el atracador comenzó exigiendo cincuenta euros y la pontevedresa se mostraba dispuesta a darle otros diez. Este bajó a veinte, «que tengo el mono», pero finalmente se alzaron triunfantes las dotes de persuasión de la empleada del veinticuatro horas y accedió a llevarse quince euros -el primer billete de cinco y el segundo, fruto de la nueva negociación, de diez.
Instantes antes de abandonar el negocio, el atracador aún tuvo tiempo de dirigirse a la pontevedresa. «Me dijo algo así como que me diera con un canto en los dientes porque no me llevaba todo. Le respondí que "gracias, pero no vuelvas", señaló María José ya prácticamente recuperada del susto.
Y eso que, en un principio, no se llegó a creer lo que estaba viviendo. La presencia de un individuo con pasamontañas, negro y de lana, no le dio mayor importancia porque, como ella misma reconoció, «aquí entran muchos con cascos de moto». De hecho, fue escuchar: «¡Manos arriba, esto es un atraco!», y replicar: «¿Estás de guasa, no?». Sin embargo, al ver que «cogía el cuchillo, ya pensé pues no, no es ninguna guasa».
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