Xosé Carreira 5/1/2009
«Nunca tal se acorda. Pero se el o quixo así...», decían ayer cuchicheando en el pequeño atrio de la iglesia de San Cibrao, en Palas, dos vecinas de la aldea que acudieron al entierro de Evaristo Vázquez Carnero. Este lugareño, de 89 años, murió el segundo día de este 2009 en la residencia de la tercera edad de Chantada, en la que llevaba 17 años. No quiso un acto fúnebre a la usanza para su despedida, sino todo lo contrario. Se fue a un notario y le pidió que hubiese banda de música, pero no para tocar piezas sacras, sino pasodobles, jotas y otras composiciones festivas. Vamos, que Vázquez Carnero fue un muerto saleroso que, desde luego, dio que hablar.
El hombre, al que muchos definieron como un verdadero dandi por su elegancia en el vestir y el uso de bastón, lo dejó todo atado y bien atado. Hace por lo menos un decenio, cuando aún estaba muy lúcido, se fue a un notario y le pidió que tomase buena nota de cómo quería repartir sus bienes y, además, cómo debería ser su entierro.
Solicitó «foguetes» de primera calidad, «de los cuales una tercera parte se consumirá el día anterior al funeral», una banda de música para acompañar su cadáver y también un grupo de gaiteiros, vestidos con sus trajes típicos. Pidió también que, después de ser enterrado, los grupos ofreciesen un concierto bailable de media hora cada uno.
Solicitó tres copias del testamento para entregárselas en un banco, en la residencia donde vivía y a un funerario de Palas. Este fue el responsable de cumplir el encargo relacionado con el entierro. Jamás le pidieron algo similar.
Ayer, con tiempo suficiente, el grupo de gaiteiros Buxaina de Palas y la banda de Antas de Ulla, la preferida de Evaristo, estuvieron casi al pie de la iglesia para cumplir. Ni el director ni tampoco el presidente de la centenaria banda recuerdan semejante encomienda. «Fomos tocar marchas fúnebres a algúns enterros, pero pasodobles, nada de nada», dijo el presidente.
A las cuatro y cuarto llegó a San Cibrao el coche fúnebre con el féretro. Evaristo fue recibido, por partida doble, con los acordes del himno gallego, interpretado por la banda y por las gaitas. Seguidamente fue llevado a hombros hasta la iglesia por los sobrinos de más edad, a los que gratificó por dicho trabajo, según mandó al notario, con 25.000 pesetas.
La pequeña iglesia resultó insuficiente. Misaron tres curas y el oferente nada dijo en la homilía del espectáculo, ni tan siquiera de las decenas de cámaras de fotos y móviles que funcionaron sin parar fuera.
Ni en el templo ni en el atrio hubo música. Tampoco hubo lágrimas. Evaristo fue enterrado en silencio. La fiesta o la sesión vermú, como dijeron varios vecinos, llegó después. La banda y los gaiteiros tocaron sin parar, desde pasodobles hasta villancicos, mientras el «fogueteiro» daba cumplida cuenta de la pólvora. Hasta hubo algunas parejas que se animaron a echar un pie. Solo faltó el vermú.
Evaristo, que se dedicó a las labores del campo y a llevar una vida desenfadada, se quedó viudo hace unos cuatro años. No llegó a tener hijos. Le quedan dos hermanas, tres ahijados y numerosos sobrinos y bisobrinos. «Estivo moi ben a cousa, porque fixo bon día e a música tocou moi ben. Lástima que non houbese pedido unha pota con chocolate para nos convidar», dijo una vecina.
Después de la fiesta, eterna siesta.
El hombre, al que muchos definieron como un verdadero dandi por su elegancia en el vestir y el uso de bastón, lo dejó todo atado y bien atado. Hace por lo menos un decenio, cuando aún estaba muy lúcido, se fue a un notario y le pidió que tomase buena nota de cómo quería repartir sus bienes y, además, cómo debería ser su entierro.
Solicitó «foguetes» de primera calidad, «de los cuales una tercera parte se consumirá el día anterior al funeral», una banda de música para acompañar su cadáver y también un grupo de gaiteiros, vestidos con sus trajes típicos. Pidió también que, después de ser enterrado, los grupos ofreciesen un concierto bailable de media hora cada uno.
Solicitó tres copias del testamento para entregárselas en un banco, en la residencia donde vivía y a un funerario de Palas. Este fue el responsable de cumplir el encargo relacionado con el entierro. Jamás le pidieron algo similar.
Ayer, con tiempo suficiente, el grupo de gaiteiros Buxaina de Palas y la banda de Antas de Ulla, la preferida de Evaristo, estuvieron casi al pie de la iglesia para cumplir. Ni el director ni tampoco el presidente de la centenaria banda recuerdan semejante encomienda. «Fomos tocar marchas fúnebres a algúns enterros, pero pasodobles, nada de nada», dijo el presidente.
A las cuatro y cuarto llegó a San Cibrao el coche fúnebre con el féretro. Evaristo fue recibido, por partida doble, con los acordes del himno gallego, interpretado por la banda y por las gaitas. Seguidamente fue llevado a hombros hasta la iglesia por los sobrinos de más edad, a los que gratificó por dicho trabajo, según mandó al notario, con 25.000 pesetas.
La pequeña iglesia resultó insuficiente. Misaron tres curas y el oferente nada dijo en la homilía del espectáculo, ni tan siquiera de las decenas de cámaras de fotos y móviles que funcionaron sin parar fuera.
Ni en el templo ni en el atrio hubo música. Tampoco hubo lágrimas. Evaristo fue enterrado en silencio. La fiesta o la sesión vermú, como dijeron varios vecinos, llegó después. La banda y los gaiteiros tocaron sin parar, desde pasodobles hasta villancicos, mientras el «fogueteiro» daba cumplida cuenta de la pólvora. Hasta hubo algunas parejas que se animaron a echar un pie. Solo faltó el vermú.
Evaristo, que se dedicó a las labores del campo y a llevar una vida desenfadada, se quedó viudo hace unos cuatro años. No llegó a tener hijos. Le quedan dos hermanas, tres ahijados y numerosos sobrinos y bisobrinos. «Estivo moi ben a cousa, porque fixo bon día e a música tocou moi ben. Lástima que non houbese pedido unha pota con chocolate para nos convidar», dijo una vecina.
Después de la fiesta, eterna siesta.
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