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sábado, 2 de septiembre de 2017

Una mujer de Guitiriz pasó casi veinte años con su ataúd guardado en casa

Josefa Rego, enterrada este viernes, encargó el féretro a un amigo que había sido carpintero
Xosé María Palacios / LA VOZ, 02/09/2017
Josefa Rego, vecina de Guitiriz enterrada este viernes por la tarde en la parroquia de Santa Mariña de Lagostelle, tuvo unas exequias que estuvieron lejos de la improvisación. Tanto se preocupó de dejar encauzado su entierro que llevaba casi veinte años con el ataúd preparado, conservado en una de las salas de su vivienda de Guitiriz, aunque en los últimos años residía en A Coruña.
El interés en que todo quedase dispuesto para su sepelio no era, según comentaron personas que la habían conocido, expresión de una obsesión por la muerte o de un perfil macabro; más bien veía los actos fúnebres como un paso más tras la vida, en la que solo le faltaron unos pocos meses para llegar a convertirse en centenaria.

Para que el ataúd estuviese preparado con antelación y para que lo fabricara alguien de confianza, Josefa Rego acudió a un vecino. Julio Díaz, que lleva más de cincuenta años asentado en Guitiriz. Nació en el vecino municipio coruñés de Curtis, trabajó como carpintero, primero en su barrio natal de Paradela y luego en el concello de Aranga, antes de ponerse, con su mujer, detrás de la barra del Avenida, uno de los bares de más antigüedad de la villa termal.

Dudas iniciales

La relación que Josefa Rego tenía con Julio Díaz y con su esposa hizo que se encomendase a él para que su ataúd estuviese listo con la antelación que ella quería. El hostelero con pasado de carpintero no parecía de entrada muy inclinado a aceptar el encargo, hasta que esa relación de amistad, forjada en las horas que pasaba con el matrimonio, inclinó la balanza hacia una respuesta favorable. «Facía a vida aquí, tiña a ilusión da caixa...», comentaba este viernes Julio Díaz.
El ataúd se construyó en madera de castaño. La fabricación se hizo sin prisas, aprovechando Julio Díaz ratos libres de su trabajo en el bar. Acabado el féretro, el autor de la obra se encargo también de su traslado al domicilio de Josefa Rego, aunque hubo que transportar la caja en partes para luego montarla dentro de la vivienda. Julio Díaz solamente le puso a su amiga una condición para aceptar: que no le cobraría nada. Tiempo después, sin embargo, vio un ingreso en su cuenta bancaria que procedía, a modo de gratificación, de la autora de ese particular encargo.
El ataúd pasó algún tiempo en una total discreción, hasta que acabó siendo un asunto conocido por el vecindario. No hubo filtraciones indiscretas, sino que la dueña comentó el hecho con bastante gente e incluso encargó unas fotos que repartió entre conocidos y parientes. Las imágenes se tomaron dos veces porque no quedó contenta de la primera sesión y, para ello, además, puso en el salón principal el ataúd, que se guardaba en otra habitación.
Años antes, ya se había encargado de preparar un entierro especial para su marido, fallecido durante una estancia en Argentina, adonde había ido a visitar a unos familiares. Encargó fotos y hasta un vídeo de la ceremonia, aunque también tuvo una atención con la parroquia en la que se enterró su esposo y en la que sus restos descansan desde este viernes: pagó de su bolsillo una nueva verja metálica para el cementerio de Santa Mariña.

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