Mónica Torres / la voz 25 de enero de 2012
No fue la que arribó pero hubo otra Pinta en Baiona que también dio la vuelta al mundo y que hace un cuarto de siglo protagonizaba uno de los juicios más mediáticos, por pintorescos, de la época. The cow Pinta saltó a los titulares del estadounidense The New York Times o del brasileño O Globotras recorrer todos los rotativos nacionales, en puertas de juicio.
La Pinta, una de las vacas de José Costas Martínez, vecino del municipio, fue el reo más real de la real villa desde el mismo momento en el que su regidor, Benigno Rodríguez Quintas, decidió arrestarla personalmente y haciéndose acompañar de dos policías cuando supuestamente, la bestia fue pillada in fraganti apacentando en las inmediaciones del Monte Boi. Según el alcalde, la res estaba en los jardines del parque de La Palma así que ordenó la «aprehensión», según documenta el expediente de más de 200 folios que se guarda en el Ayuntamiento.
El capítulo está en la memoria colectiva pero aún hay reticencias a desempolvar sus entresijos e incluso a quien le molesta. Pero en la historia escrita y, aunque no ha lugar a comparación con los viajes de la otra Pinta, hay toda una tragicomedia a disposición de cualquier productor de cine. Le faltó también al animal la Red de redes para promocionarse y compartir popularidad con Babe, el cerdito valiente o Tom y Jerry.
La de la Pinta es más una historia de corte costumbrista con tintes de humor negro pero también tuvo su final feliz porque el vecino, no sin esfuerzo y tras más de cuatro años, recuperó su vaca. Estos días se cumplen veinticinco años de aquel juicio, que aún dejó flecos pendientes y testimonios de entonces y ahora que dan fe de cómo las reses no estaban en propiedad pública.
«Yo estaba limpiando los baños que había en esa zona y las vacas estaban pastando dentro del muro, no en La Palma», reitera el operario municipal con más veteranía. El trabajador recuerda la irrupción del regidor y su escolta en el recinto. «En ese momento sentí mucha pena, porque José Costas tenía mucho genio pero mejor corazón; las vacas lo conocían y él nunca las dejaba solas era muy buen hombre», recuerda. El testigo de aquel 2 de octubre de 1983 presenció además, cómo «trasladaron al animal al vestíbulo del Ayuntamiento y, al día siguiente, a la plaza provisional de Carabela La Pinta, donde estuvo recluida una semana; a mí me tocó darle de comer dos días porque me mandó el alcalde».
Después, la vaca fue «depositada» en la casa de otro vecino, según la sentencia, y allí estuvo más de tres años y parió otras tantas reses. José Costas quiso pagar la multa por la supuesta infracción. Una semana después esta ascendía a 30.000 pesetas (5.000 por la suelta y 25.000 de sanción). Cuando se interesó, dos meses después, la factura incluía otras 40.000 pesetas (a razón de 500 diarias por mantenimiento del animal).
Tras los fallidos intentos amistosos llegó la demanda judicial. Un proceso que el juez califica como «un complejo y laborioso pleito» y con sentencia del 5 de febrero de 1988 favorable al vecino. «Fue un período difícil pero la sentencia demostró que mi padre supo mantener la honra y los barcos» recuerda su hijo, José Costas Miniño, que resalta el impacto mediático que vivió la familia.
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