Frangallf, 10 agosto 2019
Hacía tanto tiempo que no iba por la zona que ni siquiera recordaba si había estado antes en el pueblo. Queda ligeramente apartado de la autopista eje Galicia-Portugal pero lo suficiente para no desviarse y pararse. Y la verdad que merece la pena.
Es un pueblo curioso, con el centro histórico en cuesta y que desemboca abajo en el puerto. Si lo observamos casa a casa, calle a calle, es un desastre urbanístico: no hay dos casa ni siquiera parecidas, incluso vulgares. Pero si lo vemos en conjunto es un lugar pintoresco, “fotogénico”, con un paseo del puerto desde el que se pueden obtener excelentes fotografías, principalmente cerca de la puesta de sol.
Encima del pueblo se puede ver el monte de Santa Tegra desde donde se aprecian excelentes vistas a la desembocadura del Miño y donde se encuentra un espléndido y relativamente bien conservado castro celta del siglo I. Se puede subir andando ( yo no) siguiendo un vía crucis de piedra que conduce a la cima. Es un lugar con mucha magia que se incrementa con la niebla que suele haber pero estropea las vistas panorámicas. Visita altamente recomendable.
Cerca del puerto siguiendo hacia el norte por la costa se encuentra entre rocas la pequeña pero bonita playa de Fedorento con un bar-terraza muy curioso dónde se pueden degustar combinados al salir de la playa y contemplar la puesta de sol. Un poco más alejada, aparece la playa de Area Grande.
Una visita muy recomendable es la visita al pueblo de Oia, pegado al mar, con un núcleo urbano muy pintoresco, con restaurantes para comer y con el Monasterio de Santa María, impresionante aunque sólo está parcialmente restaurado.
Una alternativa para la comida es adentrarse en el interior y buscar, cerca de Tomiño (en Figueiró) la tapería de “A Carla”, un lugar perdido en la zona rural en el que se puede disfrutar de tapas en una terraza debajo de mirabeles que caen, al madurar, encima del plato con lo que no hace falta pedir el postre. Sitio distinto y alternativo a la costa.
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